El deporte profesional se sostiene sobre dos pilares: los deportistas y los hinchas. La relación de ida y vuelta entre los que compiten y los que miran es fundamental e inevitable. En los deportes colectivos el vínculo tiene un condimento extra: la gente primero hincha por el club y después por quienes se ponen la camiseta.
Los deportistas profesionales deben asumir, quieran o no, que son personas públicas desde el mismo momento en que se dedican a una actividad donde hay gente que paga para verlos. El derecho adquirido con la entrada no incluye un pase libre al vale todo de los insultos, pero muchas personas no lo entienden y terminan creyéndose dueños de las vidas ajenas.
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¿La condición de personajes públicos obliga a los deportistas a ser un ejemplo para sus seguidores? ¿Lo son aunque no lo quieran? ¿Está bien que la gente los tome como referentes? ¿Los chicos deberían buscar ídolos en otros ámbitos? ¿Es inevitable que admiren a los futbolistas, por ejemplo, si les gusta el fútbol? ¿Dónde están los límites?
Con el tiempo cambiaron drásticamente las repercusiones de los deportes. Lo que antes era una tapa de revista o un comentario en la radio, pasó a ser transmitido en directo por la televisión y hoy se convirtió en un seguimiento minuto a minuto a través de internet. Los deportistas saben que todos sus movimientos quedan registrados.
Otro cambio significativo es la cercanía con los protagonistas. Un nene de la década del 60, por ejemplo, con suerte podía mandarle una carta a sus ídolos o rezaba para tenerlos cerca algún día y comprobar que eran reales. Ahora cualquier chico del mundo tiene todo al alcance de sus manos con el celular: no solo sigue a los deportistas que admira sino que además les puede hacer un comentario sobre sus actuaciones en tiempo real.
Las opiniones en las redes sociales pueden tener consecuencias impensadas. Lo que pasó con los Pumas es solo una muestra: después del homenaje a Maradona que fue considerado insuficiente por los usuarios de las redes, los jugadores filmaron un video pidiendo disculpas y casi simultáneamente aparecieron viejos tuits xenófobos de tres de ellos. El escándalo tomó tal magnitud que la UAR decidió sancionarlos y sacarle la capitanía a Matera, aunque después dio marcha atrás con esa postura.
En 15 días, los Pumas pasaron de un triunfo histórico contra los All Blacks, que significó un incremento positivo de las interacciones que recibieron a través de las redes sociales, a sufrir una lapidación virtual por un no homenaje impensado y gravísimos errores que habían cometido hace casi una década. Así es el nuevo mundo de los deportes.
Una frase histórica de Diego Maradona resume una parte de la polémica: “Solo les pido que me dejen vivir mi propia vida. Yo nunca quise ser un ejemplo para nadie”. La línea es muy difusa porque Diego, aunque no lo quisiera, por sus condiciones futbolísticas se convirtió en una fuente de inspiración para millones de personas. Lo dijo Gallardo: llenó de sueños las almohadas de los pibes.
Pero como Maradona fue mucho más que un simple y extraordinario jugador de fútbol, sus actitudes y posturas afuera de la cancha también significaron mensajes para quienes lo querían o dejaban de querer. Sin entrar en la vida privada de Diego, cada una de las puertas que él mismo abría eran una invitación a la polémica. Por ejemplo, cuando militó a favor del Fútbol Para Todos se metió en un terreno completamente opinable, con voces a favor y en contra.
Uno de los futbolistas más conocidos del mundo en la actualidad es Lionel Messi. Las actitudes públicas del rosarino suelen ser muy medidas y pensadas, casi nunca derrapa, por lo que su figura representa valores positivos para las empresas o los propios padres que alientan a sus hijos a imitarlo. Además, Leo tiene una historia de superación que lo pone como un ejemplo a seguir.
Para muchos, Cristiano Ronaldo es una contrafigura de Messi. El portugués tiene un perfil más alto, especialmente afuera de la cancha, y le gusta mostrar facetas de su intimidad que pueden resultar chocantes. Ronaldo no parece permeable a las críticas y suele ponerse una coraza de autoestima que a veces se convierte en un ego desmedido.
Los Juegos Olímpicos son la gran pasarela por la que desfilan las figuras del deporte exhibiendo sus condiciones ante millones de ojos de todo el mundo. Una medalla es la gloria, pero un paso en falso puede ser una caída al abismo. Michael Phelps es uno, solo uno, de los que conocen ambos extremos. El nadador récord asombra con sus tiempos, pero también sorprende, cada tanto, con alguna macana pública que expone sus costados vulnerables. Como todos, Phelps es al mismo tiempo un superhéroe y un hombre común.
Algunos deportistas reniegan de sus exigencias como figuras públicas, pero otros aprovechan esos lugares preponderantes y los usan para transmitir valores. Un ejemplo emblemático es el de Cachito Vigil cuando era técnico de las Leonas y le pidió al árbitro que convalidara un gol en contra de su equipo porque la red estaba rota.
Una situación parecida vivió Marcelo Bielsa en el Leeds cuando le ordenó su equipo dejarse meter un gol para devolver el que habían convertido con un rival en el piso. Lo curioso del caso fue que en el mundo del fútbol la actitud de Bielsa despertó tantos elogios como críticas. Se dijo de todo: desde que había hecho lo correcto hasta que era un vende humo.
¿Están obligados los deportistas a ser ejemplos? ¿Deben serlo aunque no quieran? ¿Lo serán de todas formas? ¿Y si buscamos los ídolos un poco más cerca?
