Apuesten: ¿Cuántas empresas estatales van a volver a zafar de la privatización?

Adrián Simioni

Los diputados se aprestan a iniciar una de las sesiones más largas en la historia de la Cámara para tratar la ley ómnibus de Milei. La corporación política defensora de los intereses de quienes viven del Estado y la inflación ya logró mocharle sus partes más importantes. Los 664 artículos iniciales quedaron en 386.

Entre las pocas cosas importantes que quedan está la autorización para privatizar las empresas estatales. Cuatro decenas de elefantes blancos carísimos donde la política coloca familiares y militantes y donde 134 mil personas cobran sueldos suculentos en trabajos de bajísima intensidad, que en muchas casos no aportan nada a la sociedad. Equivalen a la provincia 25. A todos los empleados de una provincia bien grande, como Córdoba o Santa Fe.

Y pierden fortunas. Sólo en el primer semestre del año pasado, según los datos oficiales del Ministerio de Economía, perdieron 2.451 millones de dólares; 14 millones de dólares por día. En un año pierden casi lo mismo que valen todas las acciones de empresas privadas que están en manos de la Anses.

Otra particularidad: casi todas ellas queman dinero de manera desaforada sólo en beneficio del AMBA, de Buenos Aires y el conurbano bonaerense. 

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En primer lugar, porque sólo prestan sus deficitarios servicios allí, con plata de todo el país, como Trenes Argentinos, el paquidermo más caro y gigantesco, con casi 25 mil empleados. Pero, además, porque los que viven de ordeñarlas son porteños y conurbanitas. Porque casi todas están basadas allí. Incluso empresas como YPF, cuyos operarios por definición están en general en la Patagonia, pagan sus mayores sueldos en Buenos Aires, dado que allí vive su casta de jerarcas.

Hay verdaderos clásicos en este lote: Aerolíneas Argentinas, la empresa a la que cada año hay que subsidiar con más plata de lo que vale la propia empresa. O Aysa, a la que todos los habitantes del país que consumen agua con arsénico o agua escasa que hay que traer de lejos le tienen que dar fortunas para que los habitantes del Amba tomen gratis el agua que sólo tienen que sacar de uno de los estuarios de agua dulce más grandes del mundo, que tienen ahí nomás al lado.

Muchas son meros anacronismos, como el Correo Argentino, que jamás se adaptó a la era Amazon. Muchas están especializadas desde hace décadas en no hacer nada de lo que dicen que hacen. Como Fadea, la fábrica de aviones que no hace ni siquiera partes de aviones. O como Yacimientos Carboníferos Fiscales, donde se hace cualquier barbaridad menos producir carbón.

Es obvio que hay que vender o cerrar todo eso. Lo admiten todos. De la boca para adentro. De la boca para afuera no. Así que ni siquiera es seguro que se declaren privatizables todas las empresas. Por ejemplo, muchos diputados cordobeses van a votar en contra de que se privatice Fadea. Porque, por alguna extrañísima razón, a nadie le molesta que a la hora de ajustar, el Estado corte la obra pública y cientos de empleados de la construcción se queden sin trabajo. 

En cambio, nos parece inadmisible que alguna vez tengan que ajustarse los empleados estatales. Por alguna extrañísima razón preferimos dejar de gastar la plata del Estado en una actividad que nos deja una ruta y seguir gastándola en una inactividad que nunca nos deja ningún avión. Rarísimo. Pero, bueno, no al cuete este es el país más extravagante del mundo.

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