Cristina y la hipocresía al cuadrado

Adrián Simioni

Cristina Kirchner volvió a hablar el martes. Y de todo lo que dijo lo quedó es, tal vez, lo menos importante. Se viralizó un instante en el que alguien, incluso en el ámbito muy limitado del Instituto Patria, ante un auditorio de fieles, le grita algo que suena como "cornuda". Es una voz femenina, que se escucha luego de que ella reitera –ya lo había dicho otras veces- que no se considera una feminista.

Pero hay otra cosa que dice, que sí es reveladora. Con total soltura, Cristina Kirchner pretende dar una lección. Dice Cristina: “Nadie tiene que asumir roles que no ha tenido. Cada uno se reconoce en lo que es, con sus virtudes y sus defectos”. Lo dice como si recitara los 10 mandamientos y, por supuesto, ella misma se pone de ejemplo. Una lección de moral y de honestidad intelectual.

Lo grotesco es cómo eso contradice sus actuaciones a lo largo de su vida política, durante la cual fue acomodando el carro para el rumbo en que cada vez le convenía.

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Cristina pasó de considerar a Domingo Cavallo "el cuadro más lúcido que dio el capital en la Argentina" a negarse a mencionar su nombre y aludirlo como "un señor calvo de ojitos claros". 

Pasó de ser operadora clave de la privatización de YPF a ejecutora de su confiscación con Kicillof. Junto a Néstor Kirchner pasó de ser enriquecerse en los '90 ejecutando deudores hipotecarias y respaldar la autoamnistía de Videla y Massera a descubrir de golpe los derechos humanos en el 2003, cuando a los Kirchner les vino bien legitimarse a través de Hebe de Bonafini. 

Pasó de azuzar las denuncias por derechos humanos que el periodista Horacio Verbitsky hacía contra Jorge Bergoglio a transformarse en un fin de semana en la primera devota del Papa Francisco. 

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Pasó de echar a Alberto Fernández en la guerra con el campo por considerarlo un infiltrado del Grupo Clarín a hacerlo presidente de la Nación. 

Pasó de considerar en 2015 que Sergio Massa era un "empleado liso y llano del círculo rojo" y que estaba convencida de que tenía vínculos con el narcotráfico a entregarle el final del cuarto gobierno "K" y habilitarlo como candidato el año pasado.

El martes mismo, la hemos tenido que escuchar diciendo algo mucho menos importante: ahora es fan de los Estados Unidos, cuando en su guerra por perpetuarse no dudó en usar el cuentito del antiimperialismo para calentar a sus seguidores.

Hay pocos ejemplos de tanta reconversión, de tanta hipocresía. Lo que casi es imposible de conseguir es alguien que, además, logre ser hipócrita sobre su propia hipocresía. Una especie de hipocresía al cuadrado, como cuando Cristina dijo dando lección: "Nadie tiene que asumir roles que no ha tenido". Justamente ella, que por cada rol que desempeñó, en algún momento desempeñó también el rol exactamente inverso.

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