Ganancias: el papelón del siglo en menos de 4 meses

Adrián Simioni

En el país más extravagante del mundo ya nada sorprende. Hace menos de 4 meses el Senado convertía en ley el proyecto de Sergio Massa por el que, en nombre del progresismo, se redujo a la nada el impuesto más progresista de todos: el Impuesto a las Ganancias. Massa rifó así una vez más la racionalidad fiscal para poner el presupuesto público al servicio de su campaña presidencial. La CGT convocó a una “fiesta de la alegría”. Los gobernadores peronistas aplaudieron calladitos la ocurrencia de su candidato aunque la rebaja los dejaba sin plata. Y el otro candidato a la presidencia, Javier Milei, votó a dos manos a favor de eliminar de hecho el impuesto.

Ahora, menos de 4 meses después, el mismo Milei manda un proyecto de ley al Congreso para restituir el Impuesto a las Ganancias. Esta vez la que está callada es la CGT. Y los gobernadores peronistas van a ordenarles a sus diputados y senadores que aprueben el impuesto porque no tienen con qué pagar los sueldos de sus océanos de burócratas, ñoquis y punteros. Eso sí: también lo hacen en silencio porque no les gusta poner la cara cuando se trata de clavar un impuestazo y porque es para morirse de vergüenza.

Ni con la ley de alquileres se hizo semejante papelón. Son todos muy brutos e ignorantes o todos muy falsos y demagogos. En cualquier caso es increíble que elijamos gente de esta calaña para gobernarnos.

En cualquier país del mundo las dos columnas de la recaudación son dos impuestos: IVA y Ganancias. Y no se tocan. Acá te desaparecen uno y a los 4 meses te lo reponen. Es el impuesto al cheque. El impuesto provincial a los Ingresos Brutos. Las tasas municipales de comercio e industria lo que hay que eliminar.

Massa, los gobernadores peronistas, la CGT y Milei generaron un problema donde no lo había: ahora hay que volver a pegar un hachazo a una clase media que ya está golpeada. Toda esta manga de irresponsable redujo hace 4 meses la cantidad de contribuyentes de Ganancias a apenas 100 mil personas. Ahora, en medio del ajuste, 800 mil pasarán a pagarlo de nuevo. Y los que lo pagaban pagarán más.

Una sola cosa buena: que le van a cambiar el nombre. Dejará de llamarse Impuesto a las Ganancias y se llamará Impuesto a los Ingresos Personales, como se llama este tributo en cualquier lugar del mundo. Con suerte, se terminará con la cantinela “el salario no es ganancia” con la que los autopercibidos progres argentinos se niegan a pagar el impuesto más progre de todos.

Una división prediluviana entre asalariados y no asalariados para la que un ingeniero que cumple horario en un municipio y cobra una fortuna no debe pagar el impuesto pero un ingeniero autónomo que se rompe el lomo sí tenga que pagar el impuesto aunque sus ingresos sean mucho menores. Basta de verso. En todos lados del mundo, el impuesto se cobra sobre los ingresos. Cualquier tipo de ingresos. Y así tiene que ser. Y en Argentina hay que dejar de discutir lo obvio alguna vez.