La figurita que nos faltaba en el álbum de los defectos

Adrián Simioni

El extraño caso de las figuritas del Mundial ya es casi una saga, una serie de Netflix que, semana a semana, va exponiendo algo singularmente argentino. Es como ir abriendo capa por capa la cebolla del ser nacional.

Ahora hay una nueva. El album de Panini tiene dos páginas reservadas para 8 figuritas que sólo se pueden conseguir comprando una de las presentaciones de la gaseosa más famosa. 

Detrás de la etiqueta de la botella, se encuentra la figu. ¿Qué es lo que pasa? Bueno, que en muchos de los supermercados a los que llega la botella -que cuesta unos 350 pesos- les rompen la etiqueta para hacerse con las figuritas. Por eso ya las están poniendo cerca de las cajas, para mantenerlas bajo vigilancia.

Y por supuesto las figuritas robadas se consiguen en Internet. Por ejemplo, por 2.600 pesos te comprás las 8 figus. Menos que lo que te cuestan las 8 botellas, pero encima con la garantía de que estas figuritas blue no te salen repetidas.

A muchos les parecerá una exhibición más de picardía. O lo justificarán con una sonrisita de "no pasa nada". En realidad, es la confirmación de esta sociedad de ladronzuelos en la que nos estamos transformando. Esta sociedad que se lanza sobre los camiones volcados en una ruta a carnear in situ los chanchos ajenos golpeados en el accidente. Una sociedad de saqueadores en potencia si las circunstancias lo permiten. No estoy exagerando: en Córdoba lo comprobamos aquel diciembre de 2013.

La impresión es que, a este ritmo, el único álbum que vamos a completar es el de nuestros defectos. Porque alrededor de las figus hemos desplegado cosas impensables en cualquier otro país.

Ya nos sacamos la figu de los adultos infantilizados, lanzados a conseguir las laminitas pensadas para niños sin reparar en costos, como si fueran bebitos, dispuestos a pagar en Internet 10 veces más de lo que cuestan esos rectangulitos de papel.

En otros países tampoco se consigue la figu de la Argentina corporativa y sin competencia, donde los kiosqueros salieron a exigir una norma que les garantizara el monopolio de la puerilidad.

Ni la figu del país de los demagogos, donde, con la vida estallad de inflación varios secretarios de Estado se reunieron para "buscar una solución" a la falta de... figuritas.

Somos ese país: el de la cultura del aguante, del país "bariló, bariló", un eterno secundario que arrastra más y más materias previas. Un jardín de infantes en el que exigimos protección al papá Estado mientras nos ponemos el pintorcito para salir a tajear etiquetas de botellas que no pagamos.