La pelea K por el relato del atentado

Adrián Simioni

El kirchnerismo está peleando panza arriba por imponer un relato sobre el intento de asesinato contra Cristina Fernández. Sacarle el jugo al máximo.

Hasta ahora eso viene frustrado. Una abrumadora mayoría de argentinos repudia la violencia política y más todavía si se trata de algo tan grave como un magnicidio contra alguien tan relevante como Cristina Fernández. Pero eso no es igual al amor. El 0,17 de Octubre que le organizaron a la vice -así lo bautizó el periodista Gustavo Noriega- les dejó claro que dos tercios de la sociedad no ama a Cristina. Qué le vamos a hacer.

El primer intento fue identificar a Fernando Sabag como el cabecilla sagaz de una célula terrorista o un sicario temible de una frondosa organización, incluso con conexión internacional. Eso duró unas horas. Cuando resultó obvio que se trata de un descerebrado, el kirchnerismo quedó desconcertado.

Hoy, tratan de imponer otra hipótesis. Sabag efectivamente es un descerebrado, pero llevado de las narices por una red -a la que hay que calificar de terrorista según los medios de comunicación K- cuyo hilo empieza con su novia y termina en Nicolás Caputo, el “amigo del alma” de Macri.

¿Cómo es la conexión? Aseguran que una empresa de Caputo no identificada le pagó una suma no identificada a un comercio proveedor que pertenece a un militante de Revolución Federal, un grupo político al que le adjudican organizar escraches. Dicen que el 18 de agosto Revolución Federal hizo una marcha de antorchas a la Casa Rosada y que por allí estuvo Brenda Uliarte, la novia, a la que tampoco le dio la cabeza para borrar aunque sea sus rastros en sus redes y su celular.

Así, el atentado no sería obra de un loco suelto, sino de un ignorante manipulable que al que le lava el cerebro un grupo político o un agente de los servicios para que termine cumpliendo todos los pasos de un maquivélico atentado terrorista del que no es conciente.

Es maravilloso cómo el kirchnerismo tiene teorías distintas, según le convenga. Por ejemplo, a Pepe Salgado, lo considera un militante por haber asesinado a 23 personas volando un edificio policial en 1976 y no un descerebrado de apenas 21 años al que le lavó la cabeza Rodolfo Walsh para manipularlo y conducirlo a producir ese crimen político indiscriminado. Eso con el pasado. Con el presente hace lo mismo. Quiere imponer sí o sí el rótulo de “terrorista” al ataque a Cristina, pero se burla de quienes usan ese calificativo para la violencia que ejercen presuntos mapuches en el sur. Y están dispuestos a vincular a institigadores y financistas por una factura comercial entre dos empresas, pero hacen silencio cuando está probado que funcionarios nacionales les prestaban servicios logísticos, de transporte, en vehículos oficiales, a los violentos que incendian propiedades en la Patagonia.

Es que no importa mucho la coherencia. Lo único que importa es sacarle todo el jugo posible al atentado.