¿Quién es peor para la democracia?

Adrián Simioni

En el país más extravagante del mundo, la cosa está pasando de rara a muy peligrosa: ahora se sabe que los jueces de la Corte Suprema tuvieron durante mucho tiempo sus teléfonos pinchados, que un ex policía preso hacía espionaje ilegal y tenía registros migratorios, impositivos y de otros órdenes sobre esos mismos y otros magistrados, y que este espía ilegal proveía información a un diputado de Cristina Fernández que fue jefe de contrainteligencia de la AFI y ahora, con el insumo de este espionaje ilegal, impulsa el juicio político contra los jueces de la Corte para asegurar que su jefa no vaya a ser condenada en forma definitiva en causas por corrupción.

Perdón que lo haya dicho a todo en una parrafada muy larga, pero es que es alucinante: ni al más afiebrado guionista de Netflix se le hubiera ocurrido algo tan grotesco.

Los actores involucrados son muchísimos. Los espiados son muchísimos y los sospechados también. Por eso el juez Marcelo Martínez de Giorgi y el fiscal Gerardo Pollicita han ordenado indagatorias y allanamientos contra Fabián Rodríguez, vocero de La Cámpora, expresidente de Télam y nada menos que número dos de la Afip en este momento.

Tahillade y toda su runfla de espías camporistas –incluídos Oscar Parrilli, el diputado sícristinista que dirigió la Afi y el actual candidato a vicepresidente de Sergio Massa, Agustín Rossi, que también presidió la Afi para Cristina Fernández- coparon los servicios secretos luego de la muerte violenta del fiscal Nisman, a dos días de haber denunciado a la entonces presidenta por el pacto de impunidad con Irán.

Dijeron que era para depurar los servicios de inteligencia. Pero ahora lo que hay es esto. Más opaco, más peligroso, para la República, para la democracia, para las garantías individuales y la vigencia de la Constitución, no se consigue. Pero ellos mismos son los que dicen que acá el riesgo para la democracia es Javier Milei. Deberían dar un par de explicaciones. Tal vez deberían pedirle a Tailhade, que ha pasado de vociferar al silencio, explique por qué el riesgo para la democracia no son él mismo, sus espías y sus jefes.