Un asado sin aplausos para el asador

Adrián Simioni

Hagamos un breve balance de la Cumbre de la Celac, un sello bolivariano fundado durante el chavismo cuando llovían los petrodólares, con letra cubana.

Fue al final un asado de amigos, pero divididos por la grieta.

Los organizadores también divididos. Alberto fue el asador, pero se le abombó: quiere ser reelegido presidente y ni siquiera lo reeligieron en la Celac, donde llenó el cupón de furcios. Sergio Massa ponía las bebidas, las sirvió calientes: quiso copar la cumbre lanzando una moneda única con Brasil que se desinfló en una mañana y encima trató de hermano menor a Uruguay: no va a poder más de vacaciones a Punta. Cristina tenía que hacer las ensaladas. Todas desabridas. Ella había imaginado una cumbre donde todos los presidentes iban a clamar contra la Justicia que la condenó por corrupción en primera instancia. No hubo una sola mención al tema. Lo peor es que no logró que Lula la visitara al Senado. Lula tiene que mostrarse centrista, moderado y republicano frente a su electorado y huyó de la foto. Se excusó en cuestiones de seguridad y le ofreció a Cristina que fuera ella a su hotel, tal vez a sabiendas de que Cristina no aceptaría ir ella al pie. Algo se resintió allí.

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Encima, la oposición puede anotarse un tanto: criticó, se movilizó e incluso activó denuncias contra la visita del venezolano Nicolás Maduro que forzaron al caribeño a cancelar su participación. El propio Maduro reconoció que no vino porque había un plan para desacreditarlo.

Encima, desde el fondo de la mesa tres invitados al asado se dedicaron a escupir el asado. Los presidentes de Uruguay, Chile y Paraguay cuestionaron la fragilidad de los derechos humanos y la democracia en Venezuela, Nicaragua y Cuba, justamente los mentores de la Celac. Nunca había pasado.

Así terminó la cumbre de la Celac. Sin un solo aplauso para el asador.

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