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Acuerdo con el FMI: un evento no cambia una tendencia

    

27/03/2025 | 13:37Redacción Cadena 3

FOTO: Luis Caputo, en la Bolsa de Comercio de Córdoba. (Foto: Daniel Cáceres/Cadena 3)

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En los mercados, como en la vida, hay una diferencia clave entre un evento y un cambio de tendencia. Un evento sacude, genera ruido, pero no necesariamente altera el rumbo de las cosas. Una tendencia, en cambio, transforma la estructura misma de lo que conocemos. 

La reciente renovación de la deuda argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que incluye un nuevo desembolso y la extensión de plazos, es un ejemplo perfecto de lo primero: un evento significativo, pero no un punto de inflexión que vaya a cambiar el día a día de los argentinos.

Pensemos en el ejemplo de las criptomonedas, que tanto se usa para ilustrar esta distinción. Cuando estalló su auge o alguna de sus caídas estrepitosas, ¿cambió tu forma de consumir, de vivir, de relacionarte con el mundo? Probablemente no. Fue un evento: ruidoso, complejo, tal vez grave para Milei, pero no reconfiguró la economía cotidiana. 

Lo mismo aplica aquí. Que el FMI refinancie la deuda argentina, evitando un default y dándole al país un respiro en el pago de vencimientos, no implica que mañana aumente el consumo, crezca la economía o se transforme la realidad de la gente. Es un alivio en el balance de deuda, una mejora en los tiempos, pero no un antes y un después.

El mecanismo es sencillo, aunque no por eso menos relevante. Hasta ahora, Argentina venía usando sus escasas reservas para pagar al Fondo, al Banco Mundial o al BID, un esfuerzo que explicaba en parte por qué el Banco Central no lograba acumular dólares. 

Con esta renovación, el FMI básicamente dice: "Te doy un nuevo crédito para que me pagues lo que ya me debés". Es como refinanciar una tarjeta de crédito para evitar los punitorios. No es deuda nueva en términos netos, sino un estiramiento de plazos que libera presión sobre las reservas. 

Además, el desembolso incluye dólares frescos, pero no para intervenir en el mercado cambiario, sino para reemplazar las famosas "letras intransferibles" -esos papeles de colores que, desde 2010, sustituyeron dólares físicos en las arcas del Central tras decisiones que aún hoy son materia de investigación judicial-. Con esto, las reservas netas y brutas se acercan, fortaleciendo el balance del Banco Central.

¿Y qué significa esto a largo plazo? Potencialmente, un camino más despejado para desmantelar el cepo cambiario, ese entramado de restricciones que limita desde la compra de 200 dólares mensuales hasta el pago de dividendos o las transferencias al exterior. 

Pero no esperemos un anuncio grandilocuente de "mañana se acaba el cepo". Será, más bien, un proceso gradual, paso a paso, porque las "barreritas" que componen el cepo no se eliminan de un plumazo. 

Algunos especulan con un sistema de bandas o un dólar oficial acompañado de un financiero fluctuante, pero son conjeturas. Mirar al pasado no siempre da respuestas para el futuro. Este Gobierno lo repite: "Esto no es igual a nada". Y tiene razón en algo: el superávit fiscal, un dato no menor, marca una diferencia con otros momentos históricos.

El superávit cambia las reglas del juego. Cuando hay déficit, no solo hay que renovar deuda, sino conseguir plata nueva para tapar el agujero. Es como pedir prestado mientras seguís gastando más de lo que ingresás: un círculo vicioso. Con superávit, al menos, ese peso desaparece. 

Pero no nos engañemos: los dólares del FMI no van al Estado para financiar gasto. La austeridad fiscal sigue, y el Gobierno deberá seguir juntando pesos de los impuestos para comprar dólares al Central como cualquier hijo de vecino. No hay atajos mágicos.

Entonces, ¿para qué sirve este desembolso? Para ganar tiempo y credibilidad. El verdadero éxito no está en este desembolso, que representa apenas el 10% de la deuda total argentina, sino en volver al mercado voluntario de deuda. 

Hoy, Argentina paga de contado lo que otros países refinancian a 20 o 30 años. Es una anomalía: el único país de la región con superávit fiscal, con una deuda baja respecto a su PBI, y sin embargo, nadie le presta. 

Estados Unidos debe más, Brasil tiene déficit, Chile también, y todos acceden al crédito. ¿Por qué nosotros no? Porque el recuerdo de políticos aplaudiendo defaults en el Congreso sigue pesando.

Este evento no cambia tendencias, pero refleja una verdad cruda: Argentina agotó la paciencia de quienes podían "poner la plata". El desafío ahora es construir una tendencia real: una economía que no viva de eventos, sino de confianza sostenida.

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