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El médico y periodista Nelson Castro presentó su nuevo libro "La salud de Diego", donde revela información médica del "Diez" a la que pudo acceder. Mirá cómo fue su vida mientras vivió en Cuba.
FOTO: Nelson Castro presenta su libro "La Salud del Diego"
El médico y periodista Nelson Castro presentó su nuevo libro "La salud de Diego Maradona, la verdadera historia", de editorial Sudamericana, donde revela información médica del "Diez" a la que pudo acceder.
Un adelanto exclusivo que revela algunos detalles de la estadía de Maradona en Cuba.
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DE LA HABANA A LA SUIZO ARGENTINA
(2000-2004)
“Estuvo al borde de la muerte”. La adicción siempre presente. El apoyo de Fidel Castro y la vida con Cóppola en Cuba. Sexo y medicación. Choque frontal contra un colectivo: ¿intento de suicidio? Veinte horas seguidas jugando al golf. Sin Claudia y sin Cóppola. De nuevo la vida en riesgo. “Te firmo lo que quieras, pero ya me quiero ir”. “Ritmo frenético y excesos alimentarios”: otra vez internado. Trastornos cerebrales.
Maradona aterrizó en Cuba el 18 de enero de 2000. “Cuando llegué estaba muerto”, contó en su libro, apenas por encima de la exageración. Con mucho sobrepeso, tenía dificultades para caminar y expresarse; solo podía articular frases cortas. En ese momento había en la isla tres clínicas especializadas en adicciones. Ofrecían tratamientos de entre tres y diez meses, con técnicas que iban desde la medicina tradicional hasta la acupuntura y la hipnosis.
La elección final había recaído sobre La Pradera, un country reconvertido en hospital de confort, donde el ex jugador esperaba quedarse medio año. Estaba alojado en la “casa 2”, equipada con un gran sillón mullido desde el que miraba fútbol, películas y documentales. Gracias a su régimen abierto, podría entrar y salir del lugar a voluntad, con visitas libres. Era un trato conveniente para las dos partes.
Mientras el ídolo escapaba del acoso de la prensa, el gobierno de Fidel Castro daba un golpe publicitario. “Soy cubano”, dijo Maradona en una charla con La Nación, donde mostró una libreta verde oficial: “República de Cuba, carné de identidad para extranjeros”. En el espacio para marcar la ocupación, decía “Deportista paciente”. El jefe comunista le dio la bienvenida: podría quedarse el tiempo que necesitara. Todas las expectativas se desbordaron. Con algunas impasses, Maradona viviría casi cinco años en la isla.
Nunca lo olvidaría. “Dios y Fidel me salvaron la vida”, aseguró mientras buscaba recuperarse. Se habían conocido en La Habana en 1987, cuando Maradona recibió el premio al Mejor Deportista Latinoamericano. Volvieron a verse después de la descalificación del Mundial 94. Hablaron durante horas en el Palacio de la Revolución e intercambiaron una camiseta de la Selección argentina por una gorra verde olivo. A la llegada del nuevo siglo, Castro supo que su amigo estaba en serios problemas y encomendó su cuidado al director del Hospital Psiquiátrico de La Habana, Bernabé Ordaz.
“Pensamos que se nos moría”, se sinceró más tarde ese hombre barbudo que dirigía el hospital desde el triunfo de la Revolución. La descompensación cardíaca seguía estando en el centro de las preocupaciones. Su diagnóstico era concluyente: Maradona solo se curaría si admitía que era un enfermo crónico. También fue crudo el psiquiatra Ricardo González Menéndez, jefe del equipo multidisciplinario que lo atendería: “Es importante que tome verdadera conciencia de que estuvo al borde de la muerte. Por el momento recuperó el noventa por ciento de su función cardíaca, pero debe alejarse definitivamente de cualquier situación de riesgo”.
Castro lo visitó dos días después de su llegada. Fue una charla de veinte minutos, de la que el doctor Alfredo Cahe recuerda una línea demoledora: “Comandante, en esto es muy fácil entrar y muy difícil salir”. Maradona, Guillermo Cóppola (con Gabriel Buono) y Cahe se instalaron en sendas casas, separadas por pocos metros. Al ídolo lo acompañaron Claudia, sus padres, sus hijas y sus suegros: Coco Villafañe y Ana María Elía.
Como casi siempre, Claudia fue su pilar más importante. En 2000, la llenaba de elogios. Ella me bancó, porque tiene una gran personalidad, un gran temperamento […] Que se entienda bien: no es la pobrecita, lastimosa, que está detrás de Maradona. Yo no mato a nadie para inventar un velorio, como hacen un montón de tipos para salir de trampa. Yo le aviso, yo salgo ¡con autorización de ella, eh! Mi vida es así. Yo la elegí a ella y ella me eligió a mí. ¿Cómo podía seguir con él después de tantas infidelidades? El astro sugería la existencia de un acuerdo tácito.
Yo no mato a nadie para inventar un velorio, como hacen un montón de tipos para salir de trampa. Yo le aviso, yo salgo ¡con autorización de ella, eh! Mi vida es así. Yo la elegí a ella y ella me eligió a mí.
Un empleado cubano se encargaría del menú, de que el paciente comiera a horario y de que hubiera café en la casa. Maradona disponía de un paramédico, una enfermera, una ambulancia y un chofer que los trasladaba a él y a sus invitados e invitadas a bordo de un Mercedes Benz viejo. El empresario marplatense Leo Sucar —a quien Maradona había conocido en los noventa— aseguró que las tres veces que lo visitó lo vio “limpio” y que un enfermero lo monitoreaba a diario.
Sin embargo, en el recuerdo de Cahe aquella estadía tuvo “un poco de show”, sin controles estrictos sobre su salud. “Estaban los jefes de la terapia y de cardiología, además del psiquiatra, al que Diego no quería recibir nunca. Decía que no tenía nada que ocultarle a Claudia y que podían hacer las sesiones juntos”.
La rutina de Maradona era desordenada: tomaba sol al borde de una pileta grande, pero no lo dejaban llegar hasta la parte más honda por temor a que se ahogara. A veces salía a la ciudad, “siempre con el séquito atrás”, que incluía al doctor Cahe y a una masajista, según alguien que lo acompañó por aquellos días. Después de una siesta larga, al atardecer salía a caminar. A veces, para despertarlo y despejarlo un poco le inyectaban Coramina (cuya droga base es la niketamida, un estimulante de los sistemas circulatorio y respiratorio).
“En Cuba las cosas se distorsionaron bastante y no se hizo el tratamiento que había que hacer”,
reconoce Buono. “Con Cóppola peleábamos el día a día. Intentábamos conseguir negocios y presencias, pero a veces no las podíamos cumplir porque quizás ese día Diego se quedaba dormido. Era muy complicado laburarlo”.
Con el tiempo, los visitantes se fueron y solo quedó el representante. “Éramos dos muchachos solos y en una isla. Teníamos todas las comodidades y nos divertíamos. Estábamos en una casa, con libertades y la puerta abierta. Entraba gente, salíamos a bailar. Diego no tenía ninguna presión. Era una vida libre de acoso. Salía en short y ojotas, y nadie lo jodía. Jugaba al golf, íbamos a pescar. El Comandante conocía todos los movimientos”.
La economía, en efecto, era ajustada. El empresario asegura que vivían de las entrevistas (“treinta mil dólares con Mariano Grondona, cincuenta mil con Susana Giménez”), algunas participaciones periodísticas de su representado y contratos por futuros partidos internacionales. También afirma que Maradona se sometía a los controles —generales y cardíacos— y que lo veían psiquiatras, “pero la gente se obnubilaba un poco”. A veces tomaba sesiones de ozonoterapia y otros tratamientos estilo spa.
Cóppola revela un episodio increíble. “Le llevé como quinientas pastillas de Viagra a Fidel e hicimos un canje: a los pocos días nos mandó cantidades de habanos. Por él, Diego empezó a fumarlos”.
El representante reconoce la presencia de cocaína, aunque no dice quién se la facilitaba a su amigo.
“Cuando consumía, buscaba evadirse. Siempre fue así. En vez de divertirse, sufría. Nunca lo vi feliz y eufórico. La cocaína hacía que se metiese para adentro. Creo que nunca pudo descubrir realmente lo que era. (…)
Después de consumir, Maradona podía cantar un tango o escribir mensajes personales. Una mañana, tras una discusión especialmente difícil, Cóppola se encontró con una pintada sobre la pared de su cuarto. Era la letra del tema “Amigo”, de Alberto Plaza: “Yo quiero estar allí cuando te falten fuerzas/ Yo quiero estar allí cuando estés abatido/ Quiero que me busques y cuentes conmigo/ y quiero que tú sepas que yo soy tu amigo”.
“A veces venía y se acostaba conmigo, buscando el abrazo. Se entregaba. Y ahí llorábamos. Yo le decía: ‘Diego, este es el momento. Metele garra, tenemos que salir…’. Y él me contestaba: ‘Lo sé, tenés razón. Pero no puedo, es más fuerte que yo. ¿Vos te pensás que no sufro?’. Así durante ocho horas, doce horas”.
Un testigo directo de aquellos días confirma que, al llegar a Cuba, Maradona retomó rápidamente su vínculo con la cocaína. “Se drogaba en la casa. No la dejó nunca. La única manera de estar cerca de él era drogándose. No podía vivir sin eso”. (…)
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