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La obra repasa los orígenes humildes de Víctor, su extensa trayectoria en los medios y los hitos que lo convirtieron en uno de los periodistas deportivos más influyentes de nuestro país.
FOTO: Víctor Brizuela.
Raúl Monti y Cadena 3 presentan "Digno de ser escuchado", la biografía no autorizada de Víctor Brizuela, el periodista que marcó a varias generaciones con su voz única y sus inolvidables comentarios futboleros.
Como parte de su equipo por doce años, Raúl compartió cientos de viajes y transmisiones junto al maestro y llegó a conocerlo de manera muy cercana. En estas líneas, desentraña algunos aspectos no tan conocidos de su personalidad y revela jugosas anécdotas de su vida profesional y de su carácter humano.
Este año se cumplen tres décadas del desembarco de Brizuela en LV3, acontecimiento que cambió la radiofonía cordobesa para siempre. Asimismo, el libro llega como un homenaje a quince años de su desaparición física (2009-2024).
"Digno de ser escuchado" repasa los orígenes humildes de Víctor, su extensa trayectoria en los medios y los hitos que lo convirtieron en uno de los periodistas deportivos más influyentes de nuestro país. También, detalla su costado controversial que lo llenó de admiradores y detractores a lo largo de más de cincuenta años de carrera.
Leé un adelanto exclusivo del primer capítulo:
TODA LA VIDA Y QUINCE AÑOS MÁS
“Pibe, lo estoy vengando a mi viejo”, dijo con una mueca de satisfacción y los ojos humedecidos mientras entraba por enésima vez a una cabina de radio. Una frase de tantas que me dejaron pensando cuán importante podía ser, para el gran Víctor Brizuela, “vengar la memoria de su padre” dándose con todos los gustos que sus progenitores no pudieron en vida, luchando por sobrevivir y sostener una familia numerosa de diez hermanos.
La mamá, una portera escolar y activista radical. El papá, un obrero de la industria del calzado y secretario gremial del sindicato. El entorno en el que le tocó venir al mundo no podía ser más humilde, pero tampoco más decente.
Era feliz comandando una transmisión deportiva en los estudios de la radio o en algún estadio con esa voz inconfundible, viviendo más que dignamente de lo que amaba hacer, viajando por el mundo y paladeando privilegios que jamás imaginó de niño.
Atrás había quedado aquella infancia llena de privaciones típicas de la postergada barriada de Bella Vista en los principios del siglo XX. De ahí en más, lo acompañó cada día un gran desafío: cumplir con las enormes expectativas que lo inundaban al encender el micrófono. “Víctor, usted es un tipo digno de ser escuchado”, le confesó un oyente al verlo pasar y él lo tomó como un norte.
Sentía la necesidad de emerger, de no pasar desapercibido y convertirse en alguien notable. En su ADN llevaba un carácter combativo que lo tenía casi siempre al borde del enojo. Se plantaba a la defensiva porque entendía que peleándole a la vida se abriría paso entre amenazas y adversidades. Casi que no se sentía cómodo si no tenía a mano algo o alguien con quien pelear.
Tenía una suerte de costado pendenciero y barrial que lo llenó de admiradores y detractores. Solo aquellos que lo conocimos más de cerca supimos de sus cualidades humanas y de su honestidad profesional e intelectual.
Un grueso lagrimón se estrelló en la punta de sus zapatos cuando se encontró por primera vez en las riberas del río Sena en la magnífica París, pero aunque no dejó continente sin pisar ni paisaje sin contemplar, añoraba pronto volver a casa, a los suyos, a su ciudad y a su fútbol de Córdoba.
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Aquel negrito con cultura de kiosco, como se auto caratulaba, se convirtió en un ciudadano de mundo que alcanzó a comentar once Mundiales, varios Juegos Olímpicos y centenares de coberturas internacionales siguiendo la huella de la Selección Argentina, hasta erigirse en uno de los periodistas del interior más viajados.
De su troupe original, algunos compartimos más tiempo y vivencias con él, otros menos. Algunos fuimos más cercanos a sus afectos y otros, por distintos motivos, permanecieron más alejados. Pero algo es seguro: los que tuvimos el privilegio de acompañarlo en su prolífica carrera podemos afirmar que fuimos mejores profesionales desde el mismo instante en que Víctor se cruzó en nuestro camino.
No solo fue un gran mentor en lo profesional, también influyó positivamente en nuestras personalidades. Nos formó, nos corrigió y nos marcó la cancha, tanto o mejor que nuestros propios padres. Homenajearlo es, por eso y por mucho más, nuestro deber y un gran honor.
A Víctor no le hubiera gustado que digamos las verdades a medias, por lo que estas líneas no tienen por qué contar solo las ganadas o las que se pintan de color rosa. Que nadie lo dude: Víctor Brizuela fue un ser excepcional, pero también una persona como cualquier otra, con sus virtudes y sus miserias.
En su presencia se mezclaban todas las sensaciones imaginables por esas iras repentinas que liberaba con facilidad. Su inestabilidad emocional inspiraba sentimientos encontrados: ¿cómo debíamos reaccionar si te enseñaba los secretos de la profesión y de la vida con la misma dedicación y eficacia con que te denostaba públicamente por algún error?
Por la mañana, podía ser el más riguroso y cabrón de los jefes, envuelto en discusiones y discordias. Por la tarde, te sorprendía con algún gesto desinteresado, te alentaba con alguna enseñanza o proporcionaba un saludable consejo que te marcaba para siempre.
De carácter fuerte, generaba una mezcla de temor y fastidio. A sus espaldas murmurábamos desencanto y agotamiento. Rebelados ante su verticalismo a ultranza, finalmente éramos superados por el peso de lo irrefutable: comparados con Víctor Brizuela, no calificábamos ni como aprendices de periodismo.
Bajo su sombra, por años fuimos un puñado de pibes inexpertos, incapaces de discutirle nada. Su credibilidad, popularidad y prestigio lo avalaban y, aunque incurriera en algún error, para el oyente común era poco menos que palabra santa.
¿Qué le podrías discutir si te abofeteaba con sus cincuenta años de periodismo que hacían inútil cualquier argumento que quisiéramos dar? Si no estábamos de acuerdo con el modo de tratar los temas o con la manera de ejecutar nuestra labor, le sacaba lustre a la chapa de sus años y de su éxito: “Pibe, hace cincuenta años que hago los programas así y tengo el noventa por ciento de la audiencia. Por algo será, ¿no?”.
Su ego bien desarrollado pretendía que todo girase en torno a su figura. Por lo general, era más importante Víctor que el entrevistado, aunque fuese el mismísimo Diego Armando Maradona. No podía evitar la tentación de inducirlos a una reverencia hacia su persona. Sugería “amablemente” que agradeciéramos al aire por estar en tan importante partido —un Argentina versus Brasil—, transmitiendo en semejante radio —Cadena 3— y al lado de tan reconocida figura —él—.
Como sea, te gustaran o no sus formas, era un fuera de serie en lo suyo. Poseía una capacidad pocas veces vista para sacar un conejo de la galera e improvisar un relato cautivante. Cuando la luz del estudio se encendía, hablaba Víctor y captaba la atención de todos. No volaba ni una mosca y rara vez perdías el hilo del mensaje que iba construyendo. Era un virtuoso de la comunicación, con un don para hechizar y no distraer al oyente.
Cuando contaba sus anécdotas, ya las sabíamos todas de memoria, pero como con nuestros abuelos, había que hacer de cuenta que nos estaba sorprendiendo. Hasta los remates de los chistes eran archiconocidos, sin embargo, no faltaba la carcajada forzada de los aduladores de turno que hacían lo posible por agradarle.
Brizuela acostumbraba a conseguir subordinación a cambio de infundir previamente el temor a que perdiera la paciencia y se pusiera inmanejable. Aquellos que alguna vez lo sufrimos en una jornada de ira, con la mirada encendida, sabíamos que lo mejor era no darle motivos para que se alterara.
De todos modos, aun padeciendo en carne propia alguno de sus desaires y enconos, nunca perdimos de vista que en el fondo el Viejo era todo un sabio. Era como un regaño de tu padre. Después de la bronca del momento, volvías a sentir el mismo aprecio de siempre y quizá ese fue su gran secreto. Había algo de paternal en el trato que Víctor tenía con el grupo.
No dejaba ningún detalle librado al azar. Parecía que nunca estaba enterado de nada, pero al mismo tiempo lo sabía todo. Cuando se sentía en falta con alguno de nosotros tenía la grandeza de asumir, a su manera, que solo hacía lo necesario para recordarnos el valor de su autoridad.
Sin eufemismos se sinceró sobre sus bien logradas estrategias para manejar con éxito al clan Sucesos: "De las veinte boludeces que digo a diario, yo aspiro a que ustedes aprendan dos o tres consejos útiles. Además, estamos rodeados de buena gente, el único negro jodido acá soy yo”.
Trabajar con Brizuela fue siempre un codiciado privilegio. Pagaba puntualmente un sueldo más que digno, éramos escuchados y reconocidos. Construimos a su lado un pequeño nombre en el ambiente. Aunque podías no compartir ciertos criterios, estaba claro que la competencia prácticamente había desaparecido del mapa. No tuvimos mucha elección y tampoco derecho a quejarnos.
Amoldados a sus reglas de juego, nos pagaban religiosamente y nos exigían el máximo de paciencia y dedicación. Él opinaba mientras hacíamos las veces de oyentes en primera fila, sin posibilidad alguna de disentir.
Para bien y para mal, nos insertamos en un esquema periodístico personalista, hecho a su medida: todo estaba pensado y ejecutado por y para Brizuela. Lo demás era secundario o prescindible.
Con mil anécdotas recordadas y otras más íntimas, Víctor fue un hombre admirable. Tuvo críticos y se granjeó enemistades, pero ninguno pudo jamás señalarlo con el dedo o desconocer la grandeza que distinguió a este personaje, cuya historia merece ser contada e imitada.
Compartimos horas inolvidables con un maestro que tocó nuestras almas y que estuvo en el corazón de todos sus oyentes, hablando de fútbol con la mayor autoridad que se recuerde, sin ser un profundo conocedor de tácticas y estrategias. Su lenguaje simple y apegado al buen uso del idioma se caracterizó por una singular habilidad para que su discurso fuera apto para todo público.
En el café o en la oficina todos nos creemos comentaristas o directores técnicos. Criticamos con ligereza a un deportista profesional, sabiendo que el fútbol no es una ciencia exacta o en todo caso es materia opinable. Sin embargo, inevitablemente al escuchar a Víctor, terminábamos convencidos por esa voz grave y cálida que había invadido nuestros hogares “a la hora de los deportes”.
Siempre decía que se moldeó en la universidad de la calle, sin escuelas ni gran formación académica. Sin embargo, tuvo la suerte de aprender de grandes maestros que encontró en su camino: fueron su inspiración el micrófono de Fioravanti y la pluma de Dante Panzeri; la bohemia de Enzo Ardigó y los secretos comerciales de Luis Elías Sojit; la inagotable dedicación de José María Muñoz y el brillante intelecto de Víctor Hugo Morales.
Será por eso que los que supimos integrar su clan, sentimos tras su partida el mismo orgullo que exhibía Víctor por sus mentores. Ahora que Brizuela nos falta, casi no quedan maestros y somos agradecidos por haber sido contemporáneos de esta figura tan prestigiosa que tuvo el país, desde Córdoba.
Quizá sea una suerte que ya no estén de moda las escuelas modernas que por años le hicieron creer a los pibes y a sus padres que los periodistas podían fabricarse en laboratorios. Creo en cambio que tuvimos la inmensa fortuna de caminar del brazo de un maestro como Víctor que nos enseñó todo lo que sabemos y nos permitió tener todo lo que tenemos.
Brizuela nos instruyó en el periodismo y en muchas otras cosas de la vida infinitamente más importantes que trascienden la profesión. En lo personal aprendí a querer con pasión este trabajo, a ser honesto y a manejarme con la verdad. Nos enseñó a respetar y hacernos respetar, a ser mejores personas y mejores profesionales todos los días.
Mientras los recuerdos atropellan y me llenan de emoción, me alegra imaginar que, donde quiera que esté, Víctor se enorgullece del fruto de sus enseñanzas y su sabiduría, pues la mayoría de nosotros estuvimos observando con atención para que su legado trascienda.
Algunos lo aprovechamos mejor que otros, pero todos a su partida quedamos preparados para la guerra. Nos enseñó el camino y no se guardó nada. Solía decirnos: “Ustedes podrán vivir dignamente de este trabajo en cualquier lugar del mundo donde se hable nuestro idioma”.
“Conmigo nunca se van a pelear por plata, se pueden pelear por actitudes, pero si se comportan como buena gente y se ponen la camiseta, en esta organización van a trabajar toda la vida y quince años más”, sentenciaba Víctor. ¿Cuánto valor tienen esas palabras hoy, cuando nadie te da una mano ni se la juega por nada?
Por su fuerte y absorbente personalidad que nos hizo enfurecer, cuestionar, respetar y admirar al mismo tiempo. Por la huella imborrable que nos dejó, y en eterna gratitud porque fuimos salvados por este gran hombre, en todas las formas posibles en que una persona puede ser salvada, aquí van estas líneas a su memoria.
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