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El ángel guardián de Gallardo
La increíble historia del hombre que encontró las carpetas del Muñeco antes del cruce histórico con Boca. De película.
FOTO: Brian Velázquez, con sus implementos de trabajo.
Diego Borinsky
Esta historia empezó así.
No tuvo nada que ver la CIA, la SIDE, ni siquiera el Superagente 86.
- Che, Diego, mi sobrino va al gimnasio con la mujer de un directivo de River y le contó que antes de la final con Boca, Gallardo perdió unos apuntes y se los devolvió el sereno de un garage, fíjate.
El comentario me lo hizo un periodista amigo, tomando un café a comienzos de este año, sabedor de que estaba en los tramos finales de la realización de Gallardo Recargado, la segunda parte de la biografía del Muñeco.
“Apuntes / sereno”, anoté arriba, con birome, en las hojas ya impresas con muchas preguntas que tenía para hacerle a Gallardo, con la bandera a cuadros de la editorial ya visible a la salida de la última curva, y el 24 de enero, en nuestro primer encuentro de este 2019, fue lo primero que le consulté, después del saludo y un par de intercambios informales.
-No, no perdí nada, me robaron -me contestó el Muñeco-. Había ido a comer a un restaurante en Palermo y, cuando salí, tenía el vidrio trasero del auto roto. Se habían llevado mi maletín. Tenía el ipad, apuntes de las finales y también mi pasaporte. Al otro día fui a entrenar a Ezeiza y se comunicaron del club para avisarme que un muchacho tenía documentos míos. Lo hicimos venir en un remise y era un barrendero, recontra gashina -lo pronunció así, remarcando la sh-, que había encontrado las carpetas esa misma noche. Nos trajo todo menos el ipad, que se llevaron los ladrones, charlamos un rato, le regalamos una camiseta, estaba re emocionado.
El Barrendero. Así titulé un pequeño capítulo de dos páginas en Gallardo Recargado, que antecede al relato de la gran final de Madrid. Me pregunté, al final de ese capítulo, qué habría pasado si el barrendero en cuestión que encontró las carpetas hubiera sido hincha de Boca y salía corriendo a darle los apuntes a Guillermos Barros Schelotto. Ya no podremos saberlo.
El Barrendero. Hasta hoy se trataba de una persona sin nombre ni rostro, embajador de un oficio y punto.
Ahora ya lo podemos presentar y conocer. Si la crónica de un fanático de River que limpia las calles de la ciudad de Buenos Aires y encuentra los apuntes de la final más importante de la historia tirados en un cesto de basura parece una película de ciencia ficción, pues descubrir la historia de vida de Brian “El Chino” Velázquez y repasar cómo se concatenaron los hechos para que esos papeles volvieran al dueño original pone la piel de gallina.
Sí, aquí está “La vida de Brian”. No es de Monty Phyton, pero vale la pena.
“Tengo 30 años y llevo siete trabajando en Cliba, dos como cargador y ya hace cinco que estoy en el barrido -arranca su monólogo Brian, en una pizzería del barrio porteño de Once, a unas cuadras de su “base”, tal la denominación que usa-, aunque empecé en el oficio con 15 años, cuando uno de mis cuatro hermanos, que era barrendero en provincia, me subía a los camiones para que fuera aprendiendo. Yo era menor y la empresa no me podía tomar, pero les daba una mano y entre todos me juntaban unos pesitos que a esa edad a mí me servían mucho”.
Es un viernes a la noche, horario de la cena, pero Brian se pide solo un cortado y ve pasar las pizzas sin cobrarles peaje, con un comportamiento admirable. “Estoy a dieta, vengo de bajar 20 kilos, si como pizza echo todo a perder -admite-. Acá arrancamos a trabajar a las 11 de la noche y vamos hasta las 6 de la mañana, aunque por lo general terminamos antes. Me acuesto a la 8, cuando todos se despiertan, ya que tengo unas dos horas de viaje hasta casa en colectivo, y me levanto a las 2 de la tarde, laburar de noche es medio complicado. Tenemos un recorrido de unas 10 o 12 cuadras, entonces vamos por el cordón de un lado, limpiando con la escoba y guardando en la bolsa que tenemos en el carrito, y volvemos por el lado de enfrente. También vaciamos los cestos papeleros. Hacemos cordón y tacho, esa es nuestra tarea. Y cuando se llena la bolsa, la descargo en los contenedores que hay en cada cuadra. Y así vas caminando, tranquilo, pensando, te fumás un pucho, igual hay que ir con cuidado por los autos”.
-¿Te robaron alguna vez?
-Gracias a Dios no, ¿viste cómo es, no? Casi no se meten con nosotros, saben que laburamos en la calle, que somos de la calle, pero sí entran ladrones a robar y se cagan a tiros con la policía cerca de donde estás pasando, te puede caer un tiro a vos. También te puede pisar un coche, estás expuesto en la calle.
-¿Qué hacen cuando llueven?
-Nos dan piloto, botas y tenés que andar debajo de la lluvia (risas)… Llueva, haga calor o frío, hay que laburar, es así, pero no nos quejamos porque gracias a Dios tenemos un buen sueldo, Cliba es una re empresa y nosotros somos del sindicato de Camioneros, Moyano nos tiene muy bien. Moyano es un groso, no es mi Napoleón, pero viene atrás, ahí nomás (risas)…
-¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de tu laburo?
-Lo que más me gusta es la tranquilidad, vas por la calle fumando un pucho, o tomando una gaseosa, el tiempo lo manejás vos; si hacés bien tu trabajo, nadie te molesta ni te apura. Y lo que menos me gusta es el clima, sobre todo en invierno: cuando llueve o hace frío, todos están calentitos durmiendo en sus casas y nosotros arrancamos a las 11 de la noche en la calle, pero ya te digo, no me quejo.
Brian vive en José C. Paz, noroeste del conurbano bonaerense, con Carla, su mujer, y Mateo, su hijo de 6 años, aunque creció en Fuerte Apache, donde todavía está su madre. De hecho, desde la terraza de la casa materna se sacó una de las fotos que acompaña esta nota. Y allí, en el Barrio Ejército de los Andes (tal el verdadero nombre del Fuerte) tiene su barra de amigos y han confeccionado una bandera de River gigante que a veces la cuelgan desde el séptimo piso de uno de los monoblocks y llega hasta el suelo. Como para ir dándose cuenta qué clase de hincha es este personaje que nos ocupa.
Brian relata con orgullo que es del Fuerte, donde se crió con sus abuelos, porque su padre falleció cuando él tenía 7 años y su madre no podía prestarle la atención necesaria.
Da escalofríos escuchar al Chino Velázquez contar esta parte de su vida con total naturalidad, como si ya la tuviera recontra asumida: “Mi viejo era enfermo de River, y se murió yendo en tren al Monumental. Iba colgado en el Belgrano Norte, como se viaja cuando se va a la cancha, así iban los trenes cuando jugaba River y así siguen yendo hoy: hasta las pelotas y todos tomando y fumando. El no era de Los Borrachos, pero tenía su grupo de gente en el barrio, como pasa en todos lados. Se armó una pelea, lo empujaron, cayó cerca de la estación Boulogne, y se murió. Yo tengo recuerdos de cuándo él me llevaba a cococho a la cancha, por eso te digo que con River nos une una historia muy grande, muy profunda”.
Ufff, demasiado.
-¿Es bravo el Fuerte?
-Para mí no, es como en todos lados, si te tiene que pasar te va a pasar.
-Tevez es una persona querida ahí, ¿no?
-Querida por los hinchas de Boca… yo soy de River, no me importa Tevez, quiero que gane River siempre.
El viernes 16 de noviembre de 2018, ocho días antes de la segunda finalísima de la Libertadores que se iba a disputar en el Monumental, Brian Velázquez se aprontó a realizar su tarea de todos los días por Palermo Soho a las 11 de la noche, pero un llamado del destino (del jefe, en realidad, para los que no creen en fuerzas del más allá) le hizo modificar su recorrido habitual. Un condimento adicional a esta historia tan particular: “Mi supervisor me pidió si podía cubrir a uno de los muchachos que no iba esa noche porque estaba enfermo. Me dio Avenida Córdoba, de Bulnes a Scalabrini Ortiz. Le dije que no tenía problemas, incluso un compañero mío quería hacerlo él, porque supuestamente era una ruta bastante sencilla. Yo me planté y le dije que no, que lo agarraba yo”. Creer o reventar.
“Venía laburando lo más bien, como siempre, tranquilo, y dos cuadras antes de llegar a Scalabrini, sobre Córdoba, fui a vaciar un cesto papelero como aquel (señala por la ventana de la pizzería uno que tenemos a 5 metros, de esos clásicos cestos redondos grises atados a las columnas). Nosotros tenemos una llavecita para abrirlo, pero ya acercándome vi unas carpetas de River. Yo tengo la costumbre de agarrar todo lo que sea rojo y blanco, viste, por ahí encuentro un muñeco de River y lo cuelgo en el carro, o un sticker y lo meto en el escobillón, o un poster y lo pego en el armario que tengo en la base, encontré muchas cosas en estos años. Entonces agarré las carpetas, vi que estaban gorditas, que tenían papeles adentro, y las guardé en el depósito del carro sin mirarlas. Seguí laburando, pero después de un par de cuadras más me agarró la curiosidad. Todavía no había terminado el recorrido, pero algo me hizo abrirlas”.
Claro, esta vez no se trataba de un muñeco para colgar en el carro, sino de “los apuntes” del Muñeco, precisamente. Del Muñeco Gallardo. No vamos a exagerar y decir que contenían la fórmula de la Coca Cola, pero sí que allí, en esos papeles, se encontraba la planificación de la final más importante de la historia. Solo eso.
“Dejé el carro estacionado, me fui a sentar a la entrada de un edificio que tenía más luz y abrí las carpetas. Empecé a ver nombres de jugadores de River y de Boca, flechitas, canchitas con formaciones, banco de suplentes, planillas con números… no entendía nada. ¿Qué es esto?, me preguntaba. Y entre tantos papeles me encontré con un pasaporte que tenía una cinta adhesiva y el apellido Gallardo. Lo abrí y ahí estaba la foto del Muñeco y sus datos. ¿Viste cuando se te aflojan las piernas? Bueno, así estaba. Me decía: ¿esto será un sueño o es real? Me dieron ganas de salir corriendo, se me pasaban demasiadas cosas por la cabeza en ese momento, pensá que hay millones de hinchas de River y yo tenía eso en mis manos. Lo primero que se me cruzó es que era todo trucho, que era una joda, algo que iban a pegar los hinchas de Boca por la calle. Es que en esos días no se hablaba de otra cosa que de la final y el sentimiento que se vivía en la calle era terrible”.
Todo esto ocurrió hace casi 6 meses, pero a Brian le brillan los ojos y se le atropellan las palabras al revivir estos momentos.
“Me fui a comprar una gaseosa y otro paquete de cigarrillos, de la emoción me costaba caminar. Me volví a sentar. En un momento agarré las carpetas, las abracé y me puse a llorar. Llamé a mi mujer, eran las 2 de la mañana, no me importaba nada. Unas horas después, cuando llegué a la base y puse las carpetas arriba de la mesa todos me aplaudían. De la locura que tenía subí a mi estado de whatsapp una foto mía con las carpetas, el pasaporte y la frase “Lo que es el destino”. Ahí empezaron algunos amigos hinchas de Boca a preguntarme cuánto valían esos apuntes, que lo querían comprar, pero yo les dije que ni loco. Al rato me di cuenta de que había metido la pata con eso, así que borré la foto y empecé a pensar: ¿cómo llegó esto hasta acá? ¿qué hago ahora con esto? ¿cómo ubico a Marcelo? ¿cómo hago para darle estas carpetas? Se me vinieron miles de preguntas”.
Lo primero que se le ocurrió al Chino fue contactar a un compañero de su base que es socio de River y juega el campeonato de fútbol interno del club. El entrenador de ese equipo supuestamente tenía contacto con D'Onofrio. Pero no se quedó con eso solo, porque el tiempo corría y en una semana River definía la Libertadores con Boca en el Monumental. Entonces recurrió a la vieja y querida fórmula (cada vez más en desuso) de llamar por teléfono. Ni siquiera tuvo que googlear nada: en el dorso de las carpetas que encontró está el número del club. Tuvo suerte: no mucha gente llama a River un sábado a las 8 de la mañana.
“Llegué a casa a la madrugada y no dormí, no podía. Me quedé levantado, tomando mucho café y pensando, los nervios me comían la cabeza, hasta que se hicieron las 8 o las 9, ya ni me acuerdo, y llamé al club. Me atendió una señora.
-Mirá, te llamo para contarte que yo soy un barrendero que trabaja en Capital y que ayer, en un cesto papelero, encontré documentación de Marcelo.
-¿De qué Marcelo?
-De Marcelo Gallardo.
Así fue el diálogo, sí, tan metido estaba que le dije Marcelo, sin el apellido, como si fuera obvio. La chica debió pensar que era un boludo que estaba jodiendo. Me pidió que le dejara el teléfono y traté de ir a pegar un poco los ojos, pero no pude. Habrá pasado una media hora y me llamó un colaborador de Marcelo, y me agradeció mucho el gesto. Me preguntó cómo podían retribuírmelo y yo le contesté que sólo quería conocer a mi Napoleón, darle un abrazo, devolverle las cosas y llevarme una camiseta de River”.
A Brian le dijeron que se tome un remise hacia Ezeiza, donde el plantel se estaba entrenando, que ellos lo pagaban allí. Se fue a dar un baño y enseguida despertó a su mujer y su hijo. Les prometió una excursión única, una experiencia inigualable. Otra que Disney. Ni Mickey, ni Pluto; acá iban a conocer a Gallardo, Juanfer, Pratto, Nacho Fernández. Cuando estaban saliendo de su hogar los vio su suegro, que vive al lado.
“No terminé de decirle dónde iba que ya lo tenía arriba del auto. A él y a mi cuñado, que también son muy gallinas, y entonces fuimos los 5. Habremos llegado a las 11 de la mañana a Ezeiza, esperamos en la sala de prensa, y en un momento el encargado de seguridad me dijo que pasáramos sólo con mi mujer y mi hijo. Ningún problema, lo que menos me importó en ese momento eran mi suegro y mi cuñado, yo sólo quería correr y abrazar a mi Napoleón, casi me lo como (risas), pero me ubiqué, porque debe ser incómodo también para Marcelo. Le dije: “¡Vos no te das una idea de lo que te queremos los hinchas de River, chabón, te amamos!”. Le pregunté cómo habían llegado las carpetas ahí, ahí me contó que le habían robado el maletín del auto, y él me preguntó cómo las había encontrado. Después le dije muy rápido lo de mi papá y lo único que le pedí es que ganaran la Copa. Entre fotos y charlas habrán sido 10 minutos, lo noté recontento, no sé si por la emoción mía o porque le había encontrado las cosas, me agradeció varias veces”.
-¿Qué diferencias encontraste entre el Gallardo que imaginabas y el que conociste?
-Vi a un chabón sencillo, no tiene soberbia en su mirada, se pone a tu altura. “Pity”, me decía, ja, ja, me ve parecido al Pity Martínez.
-¿Y qué te contestó cuando le dijiste que ganen la Copa?
-Me dijo: “Quedate tranquilo que vamos a hacer todo lo posible y la vamos a conseguir”.
Brian asegura que vive los partidos de un modo muy pasional. No hay que ser discípulo de Freud para comprobarlo, se advierte fácilmente en su modo de relatar esta experiencia tan singular que le tocó atravesar.
“Había conseguido entradas para la final en River que se suspendió y la de Madrid la vi en casa, con dos paquetes de puchos arriba de la mesa. Terminé llorando de emoción, hice una palomita en el patio de mi casa, debajo de la lluvia, rompí todo el portón a palmazos. Pará, pará, acá tengo un video que filmó mi mujer cuando gritaba el gol del Pity, mirá, acá está”, se entusiasma, saca el teléfono y aparece desaforado, como se observa en el video que cierra este artículo.
“Diego, vos sabés que ganamos la final, fue todo un delirio, pasaron varios meses y un día, ya hace poco, mi mujer me muestra una información que salió en La Página Millonaria en la que hablaban de un barrendero que había encontrado unos apuntes de la final, claro, era lo que había salido de tu libro en diferentes medios. Y también en el trabajo me empezaron a decir que aparecía en todos lados, mirá de quién están hablando, del barrendero, entonces volví a sentir la emoción del día que encontré las carpetas, fue revivir un poco todo eso”.
Apenas se conoció la historia, se multiplicaron los comentarios en redes sociales y, con la típica exageración argentina, no faltó el que propuso que sacaran la estatua de Angelito Labruna para poner en su lugar la de “El Barrendero”. Así, con artículo y mayúsculas.
“Soy muy creyente, así que le doy gracias y gloria a Dios por haberme permitido vivir lo que viví”, agradece.
-Me quedó una duda, ¿de qué equipo era hincha el compañero que reemplazaste esa noche?
-De River, también, pero un hincha normal, yo estoy un par de categorías más arriba, estoy en nivel enfermo.
“A confesión de partes, relevo de pruebas”, afirmaría el juez.
Ahí está El Barrendero. Brian Angel Velázquez.
Sí, claro, nos olvidábamos un detalle: Angel es su segundo nombre.
Final cantado para esta historia.
El ángel guardián del Muñeco.
/Inicio Código Embebido//Fin Código Embebido/
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