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Los Suburbios del Fútbol
Fotos que hablan
Los recuerdos de Fabián Laureiro, el uruguayo que alojó en su casa al futuro crack de River con 12 años. Un viaje a la esencia del muchachín predestinado a cambiar la historia.
FOTO: Marcelo, con la camiseta de Nahuel, y Fabián Laureiro, con la de Rayo Rojo, 1988.
Diego Borinsky
-Che, Fabián, mirá que cuando vayas para allá yo no te voy a poder recibir, no tengo cómo.
La foto.
Una imagen despierta recuerdos, dispara pensamientos.
En esta se ve a dos chicos sonrientes, abrazados, el más alto tomando del hombro a su amiguito y el más bajo correspondiéndolo con la mano por la cintura. Están en una canchita de tierra, en un paisaje urbano. Tienen 12 años y llevan las camisetas de sus respectivos clubes de baby fútbol (beiby, del otro lado del charco), porque hasta aquí el fútbol para ellos es apenas eso: un juego, una forma de diversión, un pretexto para compartir y crear amistades. Solo eso, nada más que eso.
El más alto lleva impreso en el pecho el nombre de su club: Nahuel. Le gusta ese nombre. Todavía no lo sabe pero en 10 años nacerá su primer hijo y le pondrá así. El más bajo tiene la marca de una empresa de repuestos para automotores estampada en su camiseta roja (hay que remarla desde el beiby) y el equipo se llama Rayo Rojo. Los dos usan zapatillas (championes por allí) bastante gastadas, y un poco más también, si hasta se ven un par de agujeros.
La foto.
¿Qué pasará por sus cabezas? ¿Se imaginarán qué les deparará el futuro, por dónde se encaminarán sus respectivas vidas? ¿Cuáles serán sus ilusiones en ese instante del click que atesorará el recuerdo para siempre? ¿Qué querrán para su futuro? ¿A qué aspirarán? ¿Con qué se conformarán? Siempre me fascinó ese viaje hacia el pasado conociendo el futuro, tratando de situarme en ese momento. ¿Sabrá el de remera blanca, que a partir de los 14 dejará de crecer en altura y que por tal motivo lo apodarán Muñeco, que cambiará rotundamente el destino de unos de los clubes más importantes de Sudamérica? ¿Tendrá noción de lo feliz que hará a millones de hinchas dando indicaciones desde el costadito de un banco de suplentes? ¿Intuirá que su apodo se convertirá en cantito de agradecimiento entonado en todos y cada uno de los partidos que su equipo disputará en el Monumental a partir de agosto de 2014? ¿Y que lo mismo ocurrirá en otros estadios del país y del mundo, en calles, aeropuertos y puertas de hoteles, desde Formosa a Japón, donde se junte un grupito de hinchas de River?
Imposible. Imposible de imaginar o soñar.
La dedicatoria, escrita por la madre de Fabián, en el dorso de la foto anterior.
“Montevideo, 16/2/1988. Querido Marcelo: esta foto es para que siempre recuerdes tus días en Montevideo junto a mi familia. Fabián W. Laureiro”.
En el dorso de la foto, la letra de la dedicatoria no es de un chico de 12 años. Es letra de su madre, pero para el caso vale lo mismo.
La foto me la acaba de mandar Sergio Castillo, un estimado colega que conoció al muchachín de Merlo cuando recién se iniciaba en las inferiores de River y que lo entrevistó, como a tantos otros hipotéticos futuros cracks, para la revista Sólo Fútbol. Visitaba a las familias y les pedía fotos. Y hoy, aprovechando la cuarentena para revolver armarios y hacer limpieza, se topó con una bolsa llena de papeles y fotos. Y generosamente me la pasó.
Le reenvío la foto al DT de River a ver cómo anda de memoria. Lo pongo a prueba. No duda (como en el banco): “Fabián Laureiro. Uruguay. Cruzada rioplatense. ¡Qué lindos recuerdos!”.
Confirmado: Marcelo, el destinatario de la dedicatoria, recuerda sus días en Montevideo.
Cruzada rioplatense. ¿Qué será eso? Google nos acerca la solución casi al instante: intercambio entre clubes de baby de Argentina y Uruguay, viviendo cada chico una semana en la casa de un compañerito. Acá y allá. Basta subir un tuit el sábado a la noche para que se multipliquen comentarios cargados de emoción y añoranza: que la canchita de la foto es donde hoy se levanta la terminal de ómnibus Tres Cruces de Montevideo, que yo participé en las cruzadas de tal y cual año, pero qué felices fuimos, que no me lo olvido más...
Falta algo: ubicar al otro protagonista de la foto para que nos cuente cómo era Marcelo Gallardo a los 12 años recién cumplidos, uno antes de entrar a River. Qué sentía ese chico, si realmente ya era tan bueno con la pelota, qué imaginaba para su futuro. Hoy, pleno furor de las redes sociales, encontrar a alguien con el simple dato de un apellido no resulta tan complicado.
-Tenía que editar unos videos para mi programa, y de golpe me pasaron tu tuit y una manito aplaudiendo. “Con razón, había algo de Gallardo en nuestro equipo”, me cargó uno de los compañeros con el que jugué al fútbol en la liga universitaria -arranca Fabián Walter Laureiro, periodista, desde Canelones, en el Gran Montevideo-. A mí me tocó participar en 3 cruzadas, la de Marcelo fue la segunda, y de la que más recuerdos tengo”.
Genial, entonces. Dado el puntapié inicial, a partir de allí desgrana una hermosa historia de chiquilines, cargada de inocencia y valores (y de vocabulario inconfundiblemente uruguayo, una delicia).
Fabián Laureiro es periodista: aquí, como notero de la TV pública de Uruguay.
“Yo nací en Argentina, porque mi papá biológico tenía actividad gremial y se escapó de la dictadura de mi país en 1973. Se iban a ir con mi madre para Australia, pero de una noche para la otra decidieron cruzar el charco y viajar a la Argentina, que tenía gobierno democrático. Nací en mayo del 76 en la maternidad Sardá y vivimos en el barrio de Congreso, en Capital. Mi viejo vendía gaseosas en los trenes y cuando tenía 5 años mis padres se separaron, mi viejo se quedó en Buenos Aires, y perdí la relación. Yo me volví a Uruguay con mi madre y aquí me crié con ella, que es ama de casa, y con Sergio, al que considero mi padre, que trabajaba en una fábrica de vidrio. Pertenezco a una familia de laburantes”.
“Marcelo y yo teníamos 12 años en la cruzada. Marcelo vino en enero a casa y yo fui en febrero para allá. Era una semana muy intensa que incluía dos partidos en cada país pero en el medio nos organizábamos para mostrarle cosas al visitante. En Uruguay el beiby fútbol es en cancha de tierra, 9 contra 9, y con la pelota normal. En tu país es fútbol salón, en baldosa, y con la pelota pesada. Contra Nahuel, de locatario un poquito más la manejamos, pero igual marchamos en los dos partidos, creo que uno fue 7-2 y Marcelo metió 5 goles. Ya de guacho se veía que era distinto, jugaba espectacular. Y en Merlo el baile fue terrible, nos pintaron la cara, porque además de que eran mejores, pasamos a cancha chica y pelota pesada. En Montevideo lo sufrí a Marcelo en contra, pero después jugábamos en la calle a toda hora, y ahí tenía al loco de mi lado y lo disfrutaba”.
Marcelo, con su equipo de Nahuel, el dueño de la pelota, ¿quién si no? Como se observa, era de los más altos de la camada.
“Era todo un evento recibir a un chico en las cruzadas, toda la familia se preparaba. Se hacía un sacrificio, la familia se apretaba para darle algunos gustos al invitado, para llevarlo a donde podías. En esos tiempos se jugaba a la maquinita, por ejemplo, entonces tenías que ahorrar plata para comprar fichines para los dos, hay una serie de gastos que una familia laburante no tiene habitualmente en su presupuesto. Pero se hacía con gusto, lo disfrutábamos muchísimo. Ta, nosotros lo llevábamos a la playa, porque allá en Buenos Aires no hay, y después te mezclabas con las amistades del barrio. Su visita se dio en enero de 1988, estaba muy fresco el Mundial 86 donde nos habían eliminado ustedes, pero también la semifinal de la Copa América de Argentina, donde nosotros los habíamos dejado afuera en el Monumental, así que estaba todo ese folclore espectacular”.
“Esto ocurrió hace más de 30 años, pero hay cosas que me quedaron grabadas para siempre. Tengo una hermana tres años menor con la que compartía el cuarto, así que hubo que acondicionar la casa para recibir a Marcelo, a mi hermana debimos mudarla. Con Marcelo pegamos tremenda onda desde el inicio, el loco era un pibe super educado, mesurado, como se lo ve ahora. Nos quedábamos charlando en mi cuarto hasta dormirnos, y una noche, una de las últimas, cuando se sentía con confianza, me dijo: ‘Che, Fabián, mirá que cuando vayas para allá yo no te voy a poder recibir’. Me lo dijo clarísimo. ‘No te voy a poder recibir porque no tengo cómo’. Pah, me mató. ‘Pero si yo no voy allá a estar contigo, ¿a qué voy?’, le dije, triste, porque a mí ya me importaba tres carajos el partido, era compartir la semana entera con un pibe con el que la pasábamos fenómeno. Yo tenía amistades de infancia, pero en esa semana se intensifica la relación con un gurí que viene de otro país, toda una novedad”.
(Sinceridad y frontalidad, un sello distintivo en el modo de actuar del Muñeco, así sea a los 12 años con el amiguito al que acaba de conocer, o pasados los 40 con el futbolista más representativo de su plantel).
Fabián, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, Colombia, para contar, no para jugar.
“En la cruzada anterior, el pibe que me tocó a mí estaba podrido en guita, manejaba otros valores, y no me gustó. Con Marcelo estuvo genial en Uruguay, yo no quería ir a la casa de un dirigente en Buenos Aires, se perdía la esencia de la cruzada. Me quedaron grabadas sus palabras de esa noche, entonces le comenté: ‘No tengo problemas, duermo en el piso, no me molesta’. Marcelo tenía dos hermanas y compartían el mismo cuarto, así que cuando viajé a Buenos Aires lo hice pensando que me iba a la casa de un dirigente”.
“Cruzamos en el ferry, luego nos subimos en un ómnibus y fuimos para Merlo, a Nahuel. Te recibían en el club, había unos actos protocolares, y después cada uno se iba a la casa de su amiguito. Me acuerdo patente que bajamos del bondi, entramos en fila al club, miré para arriba y vi a un señor parado, apoyado en su rodilla, muy parecido a Marcelo. Era Macho, su papá, todos le decían así. Y me dice: ‘vos te venís con nosotros para casa’. Ta, tremenda alegría, no me la esperaba. Entré al club y lo vi a Marcelo, nos dimos un abrazo. Y bueno, se hace el agasajo, unos brindis, los dirigentes dicen unas cosas pero nadie les da bola, los chicos queremos ir a jugar a la pelota”.
Un año después de las cruzadas, Marcelo se incorporó a las inferiores de River. Aquí con Máximo, su padre, y un amigo.
“Ya cerca del anochecer llegamos a la casa de Macho. Recuerdo que era una casa sencilla, humilde, con tremenda cancha de fútbol enfrente, potrero digo, eh. Ta, acá vamos a jugar los partidos, pensé. Dejé los bolsos y nos fuimos a pelotear. Las hermanas creo que se fueron a casas de vecinos, eso no recuerdo bien, sí que tomábamos jugo de naranja en bidón, la marca era ‘5 mentarios’, ja, ja, eso no lo olvido, nada de Coca Cola. También me acuerdo de la vieja de Marcelo, muy cálida, nos cocinaba, la pasé espectacular”.
“A los argentinos que venían para Montevideo les gustaba la playa, porque en Buenos Aires no tenían. Y cuando íbamos para allá, había un complejo de piscinas muy grande. Nos iban a llevar, pero los padres de Marcelo nos dijeron: ‘Ojo que hacen control de hongos en el pie y de pediculosis’. Claro: si te agarraban con algo de eso era una vergüenza, nadie quiere pasar por esa situación y tener que marchar, entonces Macho nos pasó el peine fino a los dos, eso lo recuerdo bien. ‘Hay que matar a estos caminantes’, decía, ja, ja, los dos teníamos mucho pelo, mis amigos me decían Rulo, teníamos mota en la cabeza, bastante entrevero ahí. Fuimos cagados los dos… pero pasamos”.
“Marcelo descollaba con la pelota. Los padres de mi equipo decían: ‘Lo que juega el pibe que se queda contigo, hay que matarlo para sacársela’. Los dirigentes lo trataban como tal, era un loco ya super especial. La diferencia la hacía él, era lejos el mejor del equipo. Era tímido pero no al exceso, correcto, ubicado”.
Fabián, cubriendo Djokovic ante Del Potro, en los Juegos Olímpicos de Río 2016.
“El día que me tenía que volver a Montevideo, íbamos a salir para comprar unas galletitas para el viaje y justo vinieron a golpearle la puerta para invitarlo a un partido. Jugaba con gente más grande. El me quería acompañar, les dijo ‘se va mi amigo’ pero le insistieron, lo necesitaban en el equipo, y yo le dije que fuera, que no se hiciera problema”.
“En esa época, el sueño de todo chiquilín era llegar a ser futbolista profesional, jugar en un club, pero no por la plata, sino por hacerlo en un estadio, ponerte la camiseta de un equipo importante, salir campeón. Tampoco en esa época te parabas para toda la vida siendo futbolista. Al año siguiente creo que Marcelo se fue a probar a River y yo fui a la escuelita de Defensor Sporting, pero duré unos meses. Pasé de ser wing izquierdo en beiby fútbol y de que me dijeran ‘si ganan les doy un pancho y una coca’, a probarme de lateral izquierdo y que mis propios compañeros me hicieran complot y no me pasaran la pelota. Dije ‘esto no es para mí’ y me fui. De más grande jugué de forma amateur en la liga universitaria, es un lindo campeonato, con 16 cuadros por categoría, de juvenil a senior, hasta que en 2012 en un partido me hice crema la rodilla, me rompí todo junto: ligamento cruzado anterior, ligamento lateral interno, menisco, todo”.
Entrevista de Sergio Castillo al Muñeco en Super Fútbol, a poco de debutar en River.
“Estudié comunicación y hacia el final de la carrera me ofrecieron entrar al diario La República en la guardia nocturna, es decir de 6 de la tarde a 2 de la mañana. Era el último periodista que me quedaba para el cierre, tenía que atajar todos los penales: había huelga estudiantil y debía ir a cubrir la ocupación de los colegios, rajaban a Fujimori de Perú y tenía que cambiar toda la página internacional: ir a la calle, redactar, corregir, titular, todo… Me comí 5 años en la guardia, después me pasaron a la sección Política, cubrí la carrera de Pepe Mujica a la presidencia y en 2006 empecé en el informativo de la televisión nacional como notero”.
“A fines de 2015 opté por jugármela, dejé la seguridad del canal público para apostar a mis producciones vinculadas al running y al atletismo, porque vi la movida que se venía y acá no había nada. Empecé con una revista y ahora tengo un programa de televisión donde cubrimos carreras, tenemos profes que dan tips de entrenamiento, nutricionistas y demás. Soy productor, conductor, editor, manejo las redes sociales, acá tenés que hacer todo, no me quejo. Al iniciar el programa de televisión, como yo quería filmar a los corredores en movimiento, empecé a entrenarme cada vez más. Básicamente hoy hago todo el entrenamiento de un corredor que paga por una carrera, pero yo corro para mostrar cómo corren los demás. Gracias a mi programa, Runfit, pude ir a varios Juegos Panamericanos y Olímpicos, y el año pasado conocí a Carl Lewis y pude sacarme una foto con él”.
Fabián con Carl Lewis, el hijo del viento, en los Juegos Panamericanos de Lima 2019.
“Después de las cruzadas nos perdimos el rastro con Marcelo. Y un día, mirando con mi viejo en la tele un partido de un sub 17, creo, aparece un tal Gallardo. ‘Es Marcelo, si está igual’, nos dijimos. ‘¡Qué bueno que le fue bien!’, comentamos y empezamos a recordar. Claro, si era obvio, la rompía. Después estuve atento a toda su carrera, estuve informado de lo que hacía en River, que jugó en la Selección y en Europa, pero nunca le mandé un mensaje. Cuando recién iniciaba su carrera y yo ya trabajaba en el diario La República, un muchacho me comentó que Marcelo había preguntado por mí para tratar de contactarme. No sé si fue en un viaje de River a Uruguay o qué, si es un mito o hubo algún intento, no lo sé”.
“Cuando Marcelo vino a jugar a Nacional yo todavía trabajaba en el diario y unos compañeros de la sección Deportes me decían: ‘Dale, bo, ¿por qué no vas a verlo? ¿Querés que le diga algo?’. Me parecía que no daba. ‘¡Qué se va a acordar de mí!’, les decía. No quería que el loco pensara: ‘no nos vemos hace millones de años y me cae este peludo de regalo’. No quería ponerlo incómodo. Fueron pasando los meses hasta que un día charlando con mi señora en la casa de mis suegros, que viven en la esquina del Parque Central (el estadio de Nacional), me dice: ‘andá a saludarlo’. Fue justo al final, Marcelo iba a dar una conferencia para anunciar su retiro como futbolista. Yo no había entrado nunca a la sede de Nacional porque soy hincha de Peñarol. Soy un hincha tranquilo, pero bueno, me di manija y me lancé. Conocía al jefe de prensa de Nacional, le comenté algo de aquella historia con Marcelo de las cruzadas y le pedí que me dejara pasar a la conferencia como un periodista más”.
“Entré por primera vez a la sede de Nacional, me senté al fondo de la sala, Marcelo dio la conferencia y se fue por una puertita lateral. La gente entró a irse, yo me acerqué al jefe de prensa a saludarlo, me preguntó si había podido hablar con Marcelo, le contesté que no, y me dijo: ‘aguantame un toque a ver qué dice’. Y a los 2 minutos veo que Marcelo aparece por la puertita por la que había salido y me viene a abrazar. Me llevó a un pasillito, me preguntó cómo andaba la familia, nos pasamos los números de teléfono y me dijo: ‘Quiero ver a tus viejos, quiero comer un asado con ellos’. Fue muy lindo ese reencuentro”.
Después de superar una lesión de rodilla, Gallardo pudo retirarse jugando, y siendo campeón en Nacional, en junio de 2011.
“Marcelo jugó su último partido, salió campeón, lo levantaron por el aire y se volvió a Buenos Aires. A los pocos días lo eligieron entrenador de Nacional y regresó a Montevideo. A mí me daba un poco de vergüenza molestarlo, pero un día fui a la salida de un entrenamiento con un sobrinito mío que es Bolso, para que se saque una foto, nos cargamos un poco por el clásico, aunque a esta altura ya me ponía contento que le fuera bien a Nacional, y ahí me volvió a decir lo del asado. Lo raro es que un rato después, dos horas ponele, ya en casa, me entra un mensajito de texto de Marcelo: ‘¡Qué lindo volver a encontrarte, Fabián, tengo recuerdos hermosos de vos y tu familia, nos tenemos que juntar a comer el asado!’. Pah, me quedé mirando el celular dos minutos, no tenía por qué escribirme, pero así es el loco”.
Fabián se entrena como un corredor para seguirles el ritmo en la cobertura que hace para su programa de running en televisión.
“Tengo para darle a Marcelo algo que seguramente será muy valioso para él. Es una carta que escribió la mamá de Marcelo pidiéndole a mi madre que lo cuidara, que él era lo más preciado que tenía, y que era la primera vez que se iba de la casa. Claro, le entregaba su hijo a otra madre por una semana. Es una carta simple pero muy cálida a la vez, mi madre la encontró en una mudanza y me lo comentó y cuando falleció la mamá de Marcelo la busqué por todos lados para entregársela, pero no hubo caso. Voy a seguir intentándolo, revolviendo cosas, me encantaría que él pueda quedarse con ese recuerdo de aquella experiencia que nos marcó tanto”.
(Lo más preciado. Millones de hinchas de River suscribirían al pie de la letra las sentidas palabras de la mamá de Marcelo).
Marcelo con Ana María, su madre, dos gotas de agua. Falleció en noviembre de 2014.
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