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Los Suburbios del Fútbol
Mercedes Savall
Está dándole forma a la estatua más grande de un futbolista en bronce, luchando contra el tiempo y la presión de la gente. Retrato de una obsesión muy singular.
FOTO: Mecha en el andamio, con la estatua del Muñeco, detrás.
Diego Borinsky
Va la escena. Año 2019, pasillos del Monumental, un domingo de marzo después de una victoria de River. Marcelo Gallardo se acerca a la sala de conferencias en el carrito de golf, del lado del acompañante, para dar su habitual testimonio post partido. Lo esperan dos personas, antes de toparse con el grupo habitual de periodistas. Una es Carlos Trillo, encargado del departamento médico de River en los años 2000, candidato a presidente del club en las últimas elecciones, ideólogo e impulsor de la estatua de Angel Labruna. También médico que le realizó a Gallardo alguna intervención quirúrgica menor en alguna ocasión. A su costado, una mujer. Una mujer de 39 años, de aspecto algo desquiciado, pinta de bohemia, que lo mira fijamente mientras conversan los otros dos. Lo mira como si en esa mirada pudiera escanearle el alma, fotocopiarle los gestos, aspirarle la esencia, para luego poder expresar todo eso (el alma, los gestos, la esencia) en su obra.
- Perdón, Marcelo, perdón que te mire tanto, pero necesito ir imaginándome ya cómo voy a trabajar, te estoy mirando como objeto, eh -debe aclararle, entre sonrisas, María Mercedes Savall, bonaerense de Florida, en su primer intercambio de palabras después del “hola, qué tal”, no fuera a ser cosa que el DT de River creyera que lo estaban acosando.
Gallardo devuelve la pared con una sonrisa tímida. Carlos Trillo ha venido a informarle que ya tiene en la cabeza el proyecto de la estatua y aprovechaba para presentarle a la escultora, la misma que había hecho la de Angel Labruna, que se levanta, imponente, con sus más de 6 metros de altura y 6 toneladas de peso, sobre la avenida Figueroa Alcorta, al lado del ingreso al estacionamiento del club.
“No sé cómo hizo Carlos para convencerlo, simplemente le dijo que íbamos a hacer lo que la gente quería que hiciéramos y Marcelo se dio cuenta de que contra ese deseo no se podía hacer nada, que no podía decir que no, aunque le diera un poco de vergüenza, porque lo que menos quería Marcelo era hacerse un auto homenaje”, recuerda hoy Mecha, tomando mate y entrándole sin reparos a una tortilla de pan que ha comprado en la estación de Villa Bosch, al bajarse del tren. Es jueves por la mañana, y Mecha se baja de la escalera por unos minutos para charlar con Cadena3. Se ha sacado uno de los dos pares de anteojos que suele utilizar en su tarea (el de vidrios oscuros, que atenúa la luz y los reflejos que irradian la estatua), y en su cara relucen como lunares blancos un par de manchitas de yeso, que permanecerán hasta que se dé un baño ya entrada la noche. Gajes del oficio, que le dicen. Mecha está trabajando en una sala de prestado, ya que su taller no tiene altura suficiente para que quepan los 7 metros que medirá el Gallardo de bronce levantando la Copa Libertadores en Madrid. A través de un contacto, el dueño de una empresa de pantallas LED fana de River le cedió el lugar. En el recinto, muy luminoso, una especie de terraza cerrada con policarbonato, hay unas cuantas fotos de Gallardo en las paredes, serruchos de distintas formas y otro tipo de herramientas, potes de yeso, un andamio de 6 metros y una escalera. Parafraseando a Maradona, podría decirse que al DT de River le han cortado las piernas, aunque en este caso lo es en el sentido estricto de la palabra: la parte de la estatua que va por debajo de la cintura, como también la Copa, ya se fueron a la fundición. Aunque Mecha ha decidido reducir a casi cero las entrevistas con los medios para no distraerse e intentar llegar a la fecha prevista para la inauguración de la estatua (el 9/12, para celebrar el primer aniversario de la victoria en Madrid ante Boca), se hace un tiempo para contarnos su historia.
“Soy la segunda de 7 hermanos, todos artistas, en realidad tengo un hermano en el cielo que murió atropellado en la moto. Todo esto nace por culpa de mi madre, que canta flamenco, es cantaora. Mis hermanas le siguieron la línea y son bailaoras, pero el flamenco tiene esa cosa de dolor, de lamento, algo muy dramático, y yo salí espantadísima, porque a mí me gusta el rock and roll. De algún modo, nuestra madre nos cargó a todos con esa responsabilidad de hacer algo, de hacer algo artístico por el mundo, ja ja. Un hermano canta reggae, otro hace muñequitos, el más chico va por la guitarra, a Juan le gustaba el violín, mis hermanas bailan y yo agarré por las artes visuales. Siempre tuve la inquietud desde chica, una vez iba en colectivo con mi viejo, vi un relieve, no sabía ni qué era, le pregunté y me contestó que era una escultura. ‘Entonces voy a ser escultora’, le dije. Y así fue nomás”, arranca Mecha, tapando con buen humor algunos recuerdos que invitan a la nostalgia y la tristeza.
Después de ser la encargada de las láminas y los dibujos en los pizarrones de la escuela por pedido de la maestra de turno (que indudablemente le habían sacado la ficha), estudió Bellas Artes, luego colaboró como ayudante con profesores y eso la empujó a trabajar en una fundición artística. Y luego Norberto Gómez, al que define como crack, se la llevó a trabajar con ella un par de años y aprendió los secretos del yeso. Después participó en la realización de las esculturas de Larguirucho e Isidoro Cañones del Paseo de la historieta, en San Telmo, más tarde en la polémica estatua gigante de Juana Azurduy, hasta que un día se le apareció una pelota picando en su vida.
- Yo venía con cero fútbol. Era de mirar los Mundiales y punto. Mi viejo es de Racing, pero tampoco muy fanático, mis hermanos le siguieron los pasos, pero las mujeres no le dábamos ni bola, hasta que un día me contactó Carlos Trillo, que casualmente tenía su consultorio justo enfrente de donde estábamos haciendo la escultura de Juana Azurduy, y me habló del proyecto del homenaje a Labruna. Yo tenía ganas de descansar, la verdad, pero me explicó que era el máximo prócer de River, que iba a participar la gente aportando bronce, y entonces me puse a estudiar, a buscar en internet, charlé con su hijo Omar, también con el Pato Fillol. Fui varias veces al Museo, al club, y también empecé a ir a la cancha, al Monumental.
- ¿Y?
- Nah, me encantó. Fui a la popular, a la platea y al VIP. Nunca había ido a la cancha y me pareció algo espectacular, maravilloso. Me hice hincha de River. ¿Se puede ser hincha ya de grande, cuando nunca le diste demasiada bolilla al fútbol? Se puede, ¿no? Bueno, empecé a ir a la cancha a fines de 2013 y cuando en 2014 entró Gallardo como entrenador, desde el comienzo dije: “A este pibe le va a ir bien”. No sé por qué, era lo que me transmitía. Y también, viéndolo a él en los partidos en que iba a la cancha, me inspiraba ganas de trabajar en la estatua de Labruna, transmitía compromiso, me daba como pilas verlo a él manejando al equipo, al toque arrancó con buenos resultados, además.
- ¿Te costó hacer esa estatua de Labruna?
- Muchísimo, fue un laburo impresionante, porque además ocurrieron cosas no previstas. Resolví más o menos rápido la estatua en Telgopor y yeso, pero en el medio del proceso se fundió la fundición, sí, como lo escuchás, parece el colmo, pero se fundió la fundición. No tenían más plata para seguir. La fundición quedaba en Ingeniero Maschwitz, a 40 kilómetros de Capital, así que con la ayuda de uno de los dueños hice todo el trabajo de obrero más que el artístico: me tomaba todos los días 3 bondis, agarraba lo moldes, los limpiaba, ponía la cera, hacía el circuito de la entrada de bronce. Fue una epopeya, mientras Carlos (Trillo) se hacía cargo de un montón de gastos, desde el alambre hasta el traslado de la estatua. Yo no cobré un peso de ese trabajo de obrera, recibí algo simbólico para cubrir comidas y viajes, pero necesitaba que se terminara esa obra, había puesto muchísimo de mí.
Inauguración de la estatua de Labruna, en noviembre de 2015.
- ¿Cuándo y cómo surgió la idea de hacer la estatua de Gallardo?
- En 2017, yo venía trabajando con la del Chango Cárdenas con la Copa, que se inauguraba en Puerto Madero, y lo invité a Carlos (Trillo). “No puedo ir, Mecha, pero quién sabe que por ahí Gallardo nos vuelve a juntar en un laburo”, me dijo, y me la dejó picando. Yo ya estaba muy enganchada con River, me había hecho hincha, me encantan los colores, miraba los partidos. Y el 8 de diciembre del 2018, un día antes de la final, me llamó Carlos desde Madrid y me dijo: “Mecha, vamos a hacer la estatua de Gallardo, se la re merece, yo voy a empezar la campaña para juntar el bronce, no me importa si ganamos o no mañana”. Listo, me cagó, ni de vacaciones me pude ir, porque al otro día, después de ganarle a Boca, empezamos con los mensajes y enseguida me puse a buscar imágenes, a pensar la pose, hasta que no tuve dudas de que debía ser la de él levantando la Copa. Y ya no pude parar más.
No pudo parar más. Y ahora la vorágine es imposible de frenar. Va a ser muy difícil llegar a inaugurarla el 9 de diciembre, pero están haciendo todo lo posible. Mecha se ríe seguido cuando relata algunos detalles de esta locura en la que está inmersa.
- Cuando largamos con todo esto, acá se escuchaban tres temas de música. Arrancamos con “¿Y si hacemos un muñeco?”, de una de las películas animadas de Disney, después no faltó “El rey León” y por último “Algo ahí”, de “La bella y la bestia”, en la que dice “No es un gallardo príncipe…” -detalla Mecha, mientras se pone a cantar, y la verdad que tiene muy buena entonación.
- ¿Por dónde se empieza semejante obra, qué fue lo primero que hiciste?
- Busqué foto, hice dibujitos, tiqui tiqui tiqui, gestos de él, los ojos, la nariz, cara, fui dibujándolo, después hice la maqueta, una réplica en miniatura, esa se hace con arcilla o plastilina, y trabajo con unas lupas especiales para ir armando el rostro. Ahí no me conformaba la ropa, porque Marcelo estaba con la camiseta, entonces nos tomamos una licencia artística y lo hicimos con saco. De esas réplicas en miniatura hicimos 40, y seguiremos haciendo, para venderlas y financiar la obra mayor. En cada maqueta lo fui mejorando, y me va sirviendo de entrenamiento. El tema es que salió alguna foto y la gente por redes sociales empezó a quejarse, es que ellos quieren la mímesis, una copia exacta. Les pido paciencia.
- ¿Cómo pasaste de la maqueta a la estatua?
- Sacamos fotos a la maqueta, hicimos las cuadrículas, calculamos las proporciones, y las proyectamos sobre bloques gigantes de Telgopor y ahí fuuuhhh, agarramos el segelín gigante, el serrucho y fui tallando. Y sobre esa base ya empieza el laburo al detalle, el oficio, con el yeso. Hace unos días le cortamos las piernas, levantamos con el malacate que tengo allá arriba, sacamos las piernas y las llevamos a la fundición. Estamos inventando una manera nueva de hacer estatuas para ganarle al tiempo y llegar con la obra al 9 de diciembre.
- En el medio, te encontraste con Gallardo.
- Sí, sí, dos veces lo vi. La primera fue apenas arrancamos, aquella vez que lo esperamos en la puerta de la sala de conferencias y en donde yo lo miraba y lo miraba, ja, ja, habrá pensado que estaba loca o algo así, por eso le tuve que aclarar que lo miraba mucho porque necesitaba captarle todo (se ríe). Estuvo muy cálido Marcelo, de entrada me empezó a decir “Mecha”, como me llaman todos. Me dio la impresión de un tipo tranquilo por dentro, centrado, que se toma su tiempo para responder, que irradia seguridad. Lo noté con algo de vergüenza, timidón. La siguiente vez que lo vi ya fue unos meses después, en Rivercamp. Fuimos con Carlos a llevarle la miniatura. Le gustó, la miraba y le tocaba la copita, como si frotara la lámpara de Aladino. Marcelo me dijo algo así como “fuerza, vamos para adelante, cada uno trabajando en el proyecto y haciendo lo mejor desde su lugar”.
Mecha con Gallardo en su oficina de Ezeiza y la maqueta de la estatua- ¿Qué es lo más difícil de todo?
- Todo, todo es difícil (risas). Trato de ponerle humildad, pero sé que los ojos del mundo estarán en la obra, sobre todo para ver si está todo lo parecido que quieren. Entiendo eso, pero acá también está lo que significa Marcelo Gallardo, los valores que transmite, y que la gente haya formado parte de esto donando sus llaves me parece clave. Después, lo más difícil para mí, quizás, es la vida personal. no tengo hijos, gracias al arte estoy sin hijos, aunque considero cada obra como un hijo, ja, ja, es muy difícil conciliar la vida personal con esta actividad. Este proyecto en particular tiene una presión impresionante de la gente, de la calle, de las redes, que se parezca, que sea igual, la gente quiere la mímesis, viste, y si bien a Labruna lo conocían mucho, no lo tenías todos los días en la tele y en los partidos para la comparación constante, no lo tenías presente a cada rato. Este es un proyecto muy ambicioso en tiempo y en tamaño, es dejar de lado todo.
- Dejar de lado, qué, por ejemplo…
- Y… que se me salió un diente y lo tuve que pegar con la gotita, que se me oscureció el pelo y es un desastre y no tuve tiempo de ir a la peluquería, mirá. Mi marido viene de la robótica, de la ingeniería, nada que ver con lo mío, y le toca convivir conmigo, que soy un cachivache todo el día llena de yeso, todo el día pensando y mirando todo lo que tenga que ver con Gallardo. A veces hasta me evado de la realidad, es como una pulsión, ¿me parece que lo entendés perfecto vos, que escribiste los libros, no? (risas)
El autor de la nota con Mercedes, y la obsesión en común.
- ¿Tu marido no se pone celoso de Gallardo?
- Seeeee, se pone re celoso, claro… “¡Todo el día mirándole la cara a este tipo!”, me dice, ja, ja. Antonio se llama.
- ¿Cuántas horas por día le dedicás a esto?
- Entro a la fábrica a las 8 y me quedo hasta que cierra, a las 5 o 6 de la tarde, y de ahí voy al otro taller, que queda a la vuelta de casa, en Santos Lugares, a seguir haciendo las miniaturas, y recién corto a las 9 o 10 de la noche, para darme un baño, cenar con mi marido y mirar un poco las redes. Los fines de semana también es a pleno trabajo, por ahí me tomo un domingo porque ya estoy rota. De hecho, no estoy pudiendo ir mucho a la cancha, porque necesito descansar un poco. Este trabajo tiene un enorme desgaste, no sólo emocional, mental, espiritual, sino también físico. Yo me la paso subiendo y bajando, antes del andamio, que tiene más de 6 metros, y ahora con la escalera, es un trabajo de mucha exigencia física. Y es así desde hace varios meses, te diría que desde el comienzo de este 2019.
- ¿Tenés insomnio?
- Es muy raro que no me despierte a las 3 y media de la mañana, me pasa casi todos los días: tuc, se me abren los ojos y tomo líquido, líquido, trato de respirar, hago ejercicios de relajación, ¿viste como cuando se apaga el CPU de la computadora, que la máquina ventila? Bueno, algo así. La cabeza no para nunca, la ansiedad es grande, mucho más cuando se acerca la fecha, son tantas las cosas que quedan por hacer y coordinar, que cuesta, pero bueno, ya vengo acostumbrada, así que después de tomar líquido y respirar profundo, vuelvo a dormir unas horas más. También tengo pesadillas.
- ¿De qué tipo?
- Y… que me caigo del andamio y me hago pelota, o que me rompen la estatua en un atentado porque no lo ven parecido, y hasta una vuelta soñé que Marcelo llegaba a la puerta de la fábrica y no quería entrar a ver la estatua porque le daba vergüenza. Yo le decía: “vení, Marcelo, vení a ver la estatua que está muy linda”, pero él no quería entrar, ja, ja, como verás tengo pesadillas variadas para ofrecer.
Sí, claro, así que mejor recogemos el grabador y la libreta de apuntes, dejamos el mate sobre la mesa y vamos emprendiendo la retirada, así no le quitamos más minutos de trabajo ni agregamos nuevas escenas a sus noches de insomnio. Dejamos a Mecha con sus dos anteojos, sus lunares de yeso, sus herramientas, y esa obsesión de 7 metros llamada Marcelo Gallardo.
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