La curva de atención está bajando pero unos 15 días atrás la desaparición de Loan ocupaba un porcentaje altísimo de la programación de todos los canales de noticias. El tema le importa a la gente y los medios ofrecen cobertura full time.
Algunos enviados especiales retornaron a Buenos Aires, otros resisten en el lugar y ya conocen por su nombre y apellido a los correntinos de la pequeña localidad en la que vivía el niño de 5 años que nadie volvió a ver desde aquel infausto 13 de junio cuando salió junto a primos y otros familiares en procura del dulzor de unas naranjas silvestres.
El tratamiento del tema lleva muchas horas de informes especiales, análisis, entrevistas a parientes, testigos y abogados. Aunque pretendan ser cautelosos y respaldarse en los datos que reciben a cuentagotas, los cronistas especulan y se ponen creativos.
Encima, la desaparición de Loan se produjo en Corrientes y en un ámbito rural. Los que llegaron de Buenos Aires adoran las investigaciones sociológicas de ocasión y cuando el tiempo transcurrió inexorablemente sin novedades empezaron a brindar clases gratuitas de criminología para jueces, fiscales y policías.
"Tiempo que pasa, verdad que huye" se encargaron de recordar los columnistas especializados en policiales que, como todos, se aferraron a distintas certezas conforme obtenían testimonios de la madre, el padre o los tíos del desaparecido.
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La absoluta ausencia de pistas abona la elaboración de toda clase de teorías. Los mismos que afirman con aire de suficiencia que es evidente que Loan está en poder de una red de trata al día siguiente consideran que fue arrollado y se desprendieron de su cuerpo y advierten luego que no pueden descartar un ataque sexual.
Nadie quiere aparecer como un completo ignorante y admitir que ahora no se sabe mucho más de lo que se conoció hace casi 40 días.
La diferencia es el creciente número de imputados y la frustración que genera que las indagatorias resulten inútiles para lo único importante: encontrar al niño.
Laudelina, con más menciones en los últimos tiempos que el propio Loan, puso a prueba con sus cambiantes declaraciones la tolerancia de los enviados especiales.
Completamente olvidados de cualquier resquicio de garantismo los comentaristas terminaron celebrando que trasladaran a la tía del niño a Ezeiza.
Palabras más o menos, dedicaron una tarde entera a subrayar la conveniencia de modificar las condiciones de detención para que aislada y lejos de su ámbito natural, confesara.
En uno de los canales optaron por entrevistar a una exreclusa para que contara lo que le esperaba a la tía de Loan si las guardiacárceles facilitaban una emboscada. Al fin, sumó otra declaración, esparció sospechas a diestra y siniestra y se desdijo parcialmente de todo lo que había manifestado antes, pero no hubo caso.
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Horas de exposición no dejaron a la Justicia más cerca de encontrar al nene. Los enviados especiales, mientras tanto, siguen dándole vueltas a la historia y arriesgando teorías matutinas que la falta de datos sepulta a la noche.
La ausencia de rastros y la consiguiente frustración de los investigadores originó una catarata de críticas que los periodistas dirigieron primero hacia la policía de Corrientes y después a la justicia provincial.
“Ahora empieza otra etapa” dijeron con una dosis desmedida de optimismo cuando se hizo cargo de la causa la justicia federal.
Pero Loan no aparece y la realidad parece mofarse de las hipótesis que lanzan los abogados y reproducen los cronistas, integrantes estos últimos de un colectivo que se arroga la potestad de señalar los errores ajenos pero elude cualquier reflexión sobre los propios.
La excusa es que el público quiere saber y cuando no hay información fidedigna-y en este caso hay que poner en duda todo lo que se dice-se cubren los espacios con especulaciones. O con entrevistas interminables a algunas de las personas más vulnerables.
No hay cobertura que justifique los interrogatorios entre policíacos y sensibleros a los que fue sometida la abuela de Loan, una mujer que no pudo aportar las pistas que le reclamaban pero terminó sugiriendo que el niño había sido víctima del Pomberito, el duende del monte.
La respuesta sólo generó muecas de escepticismo y condescendientes referencias sobre las creencias populares en ámbitos rurales, pero lo cierto es que los encargados de examinar la evidencia para hallar al niño no parecen estar más encaminados que la abuela.
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