Fiestas prohibidas

María Rosa Beltramo

Así como la Universidad de Harvard lleva 80 años tratando de desentrañar el secreto de la felicidad, otros investigadores-o tal vez los mismos del estudio anterior-reunirán alguna vez evidencia sobre las acciones que más enojan a la gente.

Y cuando llegue la hora de acumular evidencia, deberán examinar el comportamiento de los jefes de estado durante el tramo más complicado de la epidemia del Covid. El capítulo del confinamiento y las violaciones a las estrictas normas destinadas a evitar la propagación de la enfermedad han tenido consecuencias insospechadas.

Recién a mediados del año pasado salió el sobreseimiento del presidente Alberto Fernández por el denominado “Olivosgate”, la fiesta de cumpleaños de su mujer, Fabiola Yáñez celebrada el 14 de julio de 2020. Entre ambos tuvieron que pagar unos 3 millones de pesos.

Ese fue el mal menor; el prestigio que había logrado acumular por el combate a la pandemia, se desmoronó como un castillo de naipes apenas se conoció la foto del cumpleaños

Cuesta recordarlo porque parece el argumento de una película distópica, pero por entonces uno de esos grupos especiales de la policía interrumpió un baby shower en el que los asistentes se desbandaron como si hubieran estado en un fumadero de opio.

En una localidad del interior de Córdoba un agente policial terminó detenido porque osó pararse a charlar con dos amigos en la puerta de la casa, y encima, los descubrieron tomando mate que circulaba de mano en mano, un verdadero atentado a las normas adoptadas para evitar el contagio.

Los británicos soportaron a pie firme el terremoto económico, financiero y político que provocó el Brexit, pero el primer ministro en tiempos de pandemia, Boris Johnson, hipotecó su futuro y perdió el cargo por lo que los medios bautizaron como “partygate”, la sucesión de encuentros en Downing Street cuando el resto de la población tenía prohibido salir y reunirse.

El político conservador pidió disculpas por televisión, pero no pudo evitar su reemplazo.

"Entiendo la rabia que muchos sentirán por el hecho de que yo me haya quedado corto al momento de cumplir con las propias normas que el gobierno que lidero había establecido para proteger al público”.

Pero la indignación crecía, alimentada por la aparición de más fotos y videos. Los expertos en imagen coincidieron en que la mera reunión en épocas que algunos morían solos, sin chance de despedirse de los suyos, se constituyó en una especie de hecho maldito que la mayoría de los ciudadanos decidió no perdonar.

Por estas horas acaba de escribirse el epílogo de otro episodio ligado a los últimos días del confinamiento. En este caso las consecuencias no son únicamente políticas y tienen por escenario Finlandia, el país que año tras año se ubica primero en el podio de la felicidad.

La todavía premier Sanna Marin –sigue hasta que puedan formar gobierno, aunque ya renunció a su cargo y a la presidencia del partido –vio alterados los índices de aprobación que signaron su administración cuando la prensa la mostró en una disco, bailando con sus amigos.

Ocurrió a la salida de la época más dura y generó un primer impacto que luego se amplificó con una nueva reunión en la residencia oficial. En ambos casos, brillaba por su ausencia el marido de la premier.

A mediados de esta semana Marin anunció que ella y el ex futbolista y empresario Markus Räikkönen han presentado, en forma conjunta, la solicitud de divorcio.

La pareja llevaba 19 años de unión, tiene una hija de 5 años, pero el vínculo se resintió cuando los medios publicaron los dichosos videos de Sanna bailando

Lo peor de la pandemia ya había pasado pero la condición de mujer y su juventud pesaron para generar, al menos, una discusión nacional sobre si debía ser o no tolerable que la primera autoridad nacional se divirtiera como cualquier hijo de vecino.