Hablen bien, chiques

María Rosa Beltramo

La estridente alegría con la que fue recibida en algunos círculos la decisión del gobierno porteño de prohibir el lenguaje inclusivo en las escuelas de su jurisdicción, es por lo menos, llamativa. Gente que jamás ha manifestado preocupación alguna por la lengua de Cervantes festejó la resolución con la algarabía reservada para un triunfo deportivo.

Ocurre que la menor alteración del idioma tiene consecuencias severas, sobre todo porque los cambios propuestos en las palabras son meras representaciones de una auténtica revolución que ocurre en otra esfera e implica nombrar lo que estaba oculto, soterrado entre los pliegues de una cultura transmitida durante siglos de una generación a otra.

Resistir la modificación de la lengua es la consecuencia natural de tratar de impedir que cambie una concepción del mundo que incluye determinadas jerarquías, roles y símbolos. El núcleo duro del sector que quiere que la lengua permanezca inalterable tiene estos días como faro al gobierno porteño y desde siempre, como escudo, a la Real Academia Española.

Al frente del organismo encargado de velar por el idioma común está el catedrático de derecho, escritor e historiador, Santiago Muñoz Machado, cordobés para más datos (de la Córdoba de allá) que aunque ingresó a la Academia con un discurso sobre “Los itinerarios de la libertad de palabra” aguanta como puede la embestida de los renovadores y ha congelado las pretensiones de inclusión.

"El uso de la letra 'e' como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ('chicos') ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género" fue la respuesta de la RAE ante una consulta sobre la pertinencia del empleo de “chiques”, un término que suele poner a los más conservadores al borde de necesitar el chaleco de fuerza.

Idéntica respuesta correspondió a la pregunta sobre el uso de la “x” como eventual sustitución de las vocales “a” y “o”.

Con la amplitud que caracteriza a los académicos de la lengua, ni siquiera clausuraron la discusión sobre los cambios, al sostener que podrían admitirlos cuando "sean razonables, no lesionen el idioma y mantengan su belleza y sobre todo su economía".

En 2020, poco antes de que la irrupción del Covid paralizara al mundo entero, la RAE había considerado incluir en el observatorio de palabras el término "elle", como "un recurso creado y promovido en determinados ámbitos para aludir a quienes puedan no sentirse identificados con ninguno de los dos géneros tradicionalmente existentes".

Sin embargo, la iniciativa dio marcha atrás para "evitar confusiones y comunicar bien su funcionamiento". Lo de la presunta confusión es, precisamente, el argumento empleado por Horacio Rodríguez Larreta quien sostuvo que “Con la ‘E’ y la ‘X’ fuimos para atrás en las pruebas educativas en lengua y escritura”.

Explicó además que la decisión adoptada por su administración apunta a “simplificar la forma en la que los chicos aprenden” y se mostró tajante con el lenguaje inclusivo: “Los docentes tienen que respetar las reglas del idioma español cuando están al frente del aula y en sus comunicaciones. En la escuela hay que respetar el idioma español”.

La RAE y el cordobés que la gobierna, por su lado, hacen lo que pueden y retocan algo para que no cambie nada. Por eso recientemente ha publicado lo que llama “intervenciones”, entre ellas, el cambio de la voz “hombre” por “persona” y la supresión de vocablos con especiales connotaciones negativas, la adición de marcas de uso aclaratorias (v.gr. ‘U. como ofensivo o discriminatorio’, ‘poco usado’, ‘desusado’, ‘despectivo’).

Hay razones de peso para resistir el cambio; no sólo porque les adjudicaron el rol de gendarmes de la lengua sino también porque renombrar los seres y las cosas implica cambiar el mundo o mostrar su cara oculta.