Superministro

María Rosa Beltramo

Sergio Berni es un raro ejemplar de kirchnerista de pura cepa, capaz de caerle bien al más rancio de los opositores y de recibir durísimos cuestionamientos de sus propias filas. Acostumbrado a meter los pies en el barro, ha logrado una popularidad que trasciende su cargo de ministro de Seguridad y su filiación política, a fuerza del ejercicio presencial de sus funciones. 

Con una frecuencia que la televisión le agradece, suele irrumpir en mitad de un allanamiento, armado como para competir con el Bruce Willis de Duro de Matar. Pero el escenario en el que brilla realmente es en el de los procedimientos callejeros. 

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El pasado miércoles cuando un retén de la Policía Federal ponía a prueba la paciencia de cientos de automovilistas, SB descendió de su moto en mitad del puente La Noria, encaró al jefe del operativo, hizo una llamada telefónica e inició el rápido drenaje de la fila después de trasladar unos metros el dispositivo.

Entre otros vehículos, facilitó el paso de dos ambulancias, en una de las cuales una mujer reclamaba a los gritos atención inmediata porque la hora del alumbramiento la había sorprendido en el puente y en un atasco que no cedía un centímetro. En cuestión de minutos todo se solucionó. Para entonces los canales de noticias que habían planeado una aburridísima cobertura disfrutaban de una película de acción con un protagonista impensado que recorría el puente, enfundado en una campera de neoprene y casco en mano, mientras algunos automovilistas le agradecían la gestión a puro bocinazo.

En las redacciones,  los jefes de noticias se relamían con el nuevo round entre el ministro de Seguridad bonaerense y su par nacional, Sabina Frederic, dos funcionarios del mismo partido, con perfiles tan opuestos como para garantizar chisporroteos permanentes. Como anticipo de la pelea de fondo, uno de los hombres de Frederic, Eduardo Villalba, se quejó de la actitud de Berni, objetó su conducta y le pidió que, en lo sucesivo, cuando tenga problemas con algún subordinado, los resuelva llamándolo a él.

Pero esas recomendaciones fueron mayoritariamente interpretadas como cuestiones burocráticas. Berni juega peligrosamente forzando los límites de su autoridad, pero gana consenso por su actividad en el terreno. Médico, abogado, militar, buzo táctico, paracaidista, hace algo más de treinta años que viene exhibiendo una forma de trabajo llamativa desde que el ejército lo destacó en la sureña localidad de Rospentek, en Santa Cruz.

En 2009 la gente lo vio en las inundaciones de Tartagal; fue el mediador de la toma del parque Indoamericano en Lugano hace diez años y en 2012 negoció con el sector de la construcción que había tomado el Cerro Dragón. Y después de mostrarse en un operativo en una villa, Berni siempre está dispuesto a concurrir a programas de televisión y poco le importa que los conductores sean abiertamente opositores dispuestos a agudizar los problemas internos del gobierno u oficialistas que también suelen recriminarle las escaramuzas que arma por su inclinación a saltarse las reglas.

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La última vez que habló con Frederic fue en marzo. Había asegurado entonces que los bonaerenses, “en materia de seguridad estamos solos” y criticado el despliegue de efectivos de gendarmería en su territorio porque, según él, “no sabemos cuántos mandaron, ni que hacen, quiénes son o dónde están”.

Los que se ocupan de la interna oficialista consideran que los desplazamientos de SB generan roces y discusiones que en algún momento se pueden saldar eyectándolo del cargo. Fuera del mundillo político, en cambio, el ministro recoge los frutos de estar firme junto al pueblo; de compartir, en apariencias, los problemas de cualquier ciudadano y de usar su poder para tratar de solucionarlos.