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De Nixon a Trump: geopolítica del ajedrez invertido entre China, Rusia y EE.UU.

El presidente norteamericano apuesta por un nuevo equilibrio global, donde el acercamiento a Rusia podría ser la clave para frenar el avance del gigante asiático.

04/03/2025 | 15:34Redacción Cadena 3

FOTO: Nixon en la Muralla China en 1972

FOTO: Trump y Xi Jinping en una cumbre en 2019

En la historia de la política exterior de Estados Unidos, hay distintos momentos que redefinieron el equilibrio global. Uno de ellos fue la estrategia de Richard Nixon en los años 70, cuando decidió abrir relaciones con China para aislar a la Unión Soviética. Medio siglo después, Donald Trump parece estar intentando la jugada inversa: acercarse a Rusia para debilitar a China.

El trasfondo es el mismo: un enfrentamiento entre superpotencias en el que EE.UU. busca a toda costa mantener su hegemonía. Pero los actores han cambiado, y lo que funcionó en el siglo XX puede no ser tan efectivo en el siglo XXI.

Nixon y la histórica apertura con China

A finales de los años 60, la Guerra Fría estaba en pleno apogeo. El mundo se dividía en dos bloques: uno liderado por Estados Unidos y otro encabezado por la Unión Soviética. Sin embargo, dentro del bloque comunista había una grieta profunda: la ruptura entre Moscú y Pekín. China, bajo el mando de Mao Zedong, había tenido diferencias ideológicas y estratégicas con la URSS, lo que llevó a tensiones fronterizas y a una creciente desconfianza entre ambos países.

Nixon y su asesor de seguridad nacional, el recientemente fallecido Henry Kissinger, vieron una oportunidad en esa división. Si lograban acercarse a China, podían debilitar la influencia soviética y romper la unidad comunista. En 1972, Nixon viajó a Pekín y se reunió con Mao, iniciando un proceso de normalización de relaciones que terminaría cambiando la geopolítica mundial. A partir de ahí, EE.UU. y China comenzaron a cooperar en varios frentes, mientras la Unión Soviética quedaba más aislada.

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El éxito de esta estrategia fue evidente en las siguientes décadas. China se integró cada vez más en la economía global y, aunque siguió siendo un régimen comunista, estableció una relación pragmática con Washington. Mientras tanto, la URSS, sin un aliado fuerte en Asia, terminó debilitándose hasta su colapso en 1991.

Trump y el ajedrez geopolítico invertido

Ahora, la historia parece repetirse, pero en la dirección opuesta. Desde su llegada al poder, Donald Trump ha identificado a China como el principal rival de Estados Unidos. No solo por cuestiones comerciales, sino porque Pekín ha consolidado su influencia global, ha reforzado su alianza con Rusia y ha desarrollado una capacidad militar que desafía la supremacía estadounidense en la región del Indo-Pacífico.

En ese contexto, Rusia ha pasado de ser un enemigo histórico a convertirse en una posible pieza clave para frenar a China. Desde la invasión de Ucrania en 2022, Moscú ha profundizado su relación con Pekín, apoyándose en su respaldo económico y tecnológico. Sin embargo, diversos analistas sugieren que un acercamiento entre Trump y Putin podría romper esa alianza y evitar que Rusia y China formen un bloque sólido contra Occidente.

Y la reciente decisión de Trump de suspender la ayuda militar a Ucrania podría ser interpretada en esa línea. Al reducir el respaldo a Kiev, deja abierta la puerta para una negociación directa con Moscú, en la que Rusia podría obtener concesiones a cambio de distanciarse de China. Esta interpretación es solo una hipótesis. Trump insiste, ante la mirada desconfiada de los europeos, en que su objetivo es lograr la paz en Ucrania y no un reacomodamiento geopolítico global.

¿Funcionará esta estrategia?

A diferencia de la China de los años 70, que estaba en una posición de debilidad y buscaba salir del aislamiento, Rusia no tiene tanto margen de maniobra. Moscú depende en buena parte de Pekín para sostener su economía tras las sanciones occidentales y no parece dispuesto a romper esa alianza sin garantías claras de que EE.UU. ofrecerá algo mejor.

Por otro lado, a diferencia de Nixon, que logró su acercamiento con China a través de una diplomacia discreta y paciente, Trump apuesta por una política de presión y negociación agresiva. Ya ha empleado esta táctica en América Latina, amenazando con aplicar aranceles a México, Canadá y Colombia hasta lograr concesiones. La pregunta es si este método será igual de efectivo con un jugador tan calculador como Vladímir Putin.

El curso de los acontecimientos mundiales se ha definido por gestos. Nixon logró su objetivo y redefinió la Guerra Fría. Trump, si efectivamente estuviera intentando una jugada similar, lo haría en un mundo más complejo y con actores menos predecibles. La gran incógnita es si la jugada inversa tendrá el mismo resultado. 

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