Dejemos de quejarnos: en el fondo no nos importa

Adrián Simioni

Nos quejamos del desastre educativo, pero cada vez que inventan otro feriado para otro prócer más por el que los chicos pierden otro de clase, celebramos. Ya sabemos que hace años el sistema educativo fue entregado a la Ctera y a Baradel. Ya sabemos que hay más maestros que nunca pero hay distritos donde uno de cada tres no cumple tareas en el aula. Pero nadie quiere líos. Nadie quiere meter los dedos en el enchufe.

Nos quejamos de la falta de gasoil, pero cada vez que podemos le damos el manejo de la energía a demagogos que nos hacen creer que la energía no vale nada y que se puede regalar. Todos sabemos que esas cosas no duran. Como pasa con el gas. En algún momento los que fabrican gasoil o extraen gas, dejan de cubrir sus costos. Y se acaban el gasoil y el gas. Pero nos encanta que nos mientan. Nos quejamos recién cuando nos cae en la pelada el escupitajo que lanzamos antes hacia arriba.

Hace años que sabemos que el Estado le paga a gente que no trabaja imprimiendo billetes que generan inflación que carcome el ingreso de quienes sí trabajan. O sea: los vagos viven de los laburantes. No es un invento: lo acaba de admitir de hecho la la mismísima Cristina Fernández, una de las inventoras de este sistema planero, la gran justificadora de este aparato de compra de votos. Pero cada vez que aparece un político que dice que hay que terminar con todo eso le sacamos el banquito. Decimos que es un desalmado. Desalmado es afanarle a los que trabajan.

Nos rasgamos las vestiduras porque un adolescente, pobrecito, muere quemado en un incendio de viviendas precarias a tres cuadras de la Casa de Gobierno de Córdoba. Pero si un día de estos un gobierno empieza a impedir los asentamientos en lugares ilegales donde se perpetúa el ciclo vicioso de la mal llamada “vivienda social”, lo vamos a tratar de facho. Sin ir más lejos: todos los días se sortean muertes en las villas al borde de la farsa del Tren de las Sierras en Córdoba. Y ahí siguen. Preparen sus vestiduras para volver a rasgárselas. Una y otra vez. Lamentablemente.

Dejemos de quejarnos. Ya sabemos, ya hicimos mil veces los diagnósticos. En muchos casos ya todos conocemos las soluciones. Pero no queremos soluciones. No nos animamos. No queremos quedar mal. Preferimos el fracaso.