Si los españoles hablan de Evita en la actualidad, muchos la llaman “la lentejas”, porque era unas de las principales legumbres enviadas por Perón en aquel acuerdo con España.
Cuando pasan 70 años de la muerte de María Eva Duarte, y a días del 75° aniversario de su histórica visita a España como primera dama argentina, el 8 de junio de 1947, muchos son los españoles que aún recuerdan ese momento porque siendo niños se les quedó grabado. O porque sus padres o abuelos se lo contaron cada vez que una película o una serie de televisión sobre la segunda esposa del general Juan Domingo Perón aparecía en cine o televisión. Especialmente el musical “Evita”, hoy en Netflix, dirigido por Alan Parker, con las actuaciones de Madonna, como Evita, Antonio Banderas, como el Che Guevara, y Jonathan Pryce como Perón.
Y desde aquel día le quedó el mote de “la lentejas”, porque fue uno de los cereales argentinos que más llegaron a España por el acuerdo entre Perón y Francisco Franco que concretó Eva Duarte en esa visita. Eran momentos en que el régimen, que gobernaba aquel país tras haber ganado la guerra civil a los republicanos (1936-1939), enfrentaba el aislamiento internacional del resto de Europa y del mundo, por haber simpatizado con las potencias del Eje (Alemania, Italia, Japón) perdedoras de la Segunda Guerra Mundial. Y, además, el país sufría una crisis económica de terribles consecuencias.
Aquel caluroso día de la visita miles de españoles, según los medios de entonces 300 mil, se habían concentrado en las inmediaciones del aeropuerto internacional de Barajas para esperar a la ilustre invitada. Según comentó a este periodista un reconocido colega madrileño, Emilio Romero, la frase más escuchada en aquellos momentos era “¡Franco, Perón, un solo corazón!”.
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Ese día no trabajó nadie en España porque el generalísimo jefe del Estado había decretado feriado nacional en homenaje a la augusta visitante. El avión con Evita llegó a las 20.30, hora de Madrid, y entre los aplausos y gritos de bienvenida de la multitud, aparecieron Franco, su esposa Carmen Polo, Carmencita, la única hija de ambos, los miembros del gobierno y las máximas autoridades de las Fuerzas Armadas, de la Iglesia Católica y de la Falange Española (partido político que sostenía la dictadura). Tras los saludos de bienvenida, en el trayecto hasta el palacio de El Pardo, residencia de la familia Franco y donde se alojó Evita, ésta pudo observar no sin asombro cómo estaban engalanados los principales edificios con banderas argentinas y españolas y miles de flores.
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El acuerdo de intercambio comercial entre España y Argentina no estaba motivado por la simpatía que pudieran sentir mutuamente ambos gobiernos, sino porque Perón lo vio como un negocio para su país, y España se beneficiaba por los alimentos que llegarían desde Buenos Aires, en medio de su aislamiento internacional. Mientras aquel país necesitaba con urgencia cereales y carne vacuna de los que Argentina disponía, al presidente argentino le venía muy bien para el proceso de industrialización de su país, materias primas como plomo, mercurio, cinc, maquinarias y motores eléctricos, con lo que contaba el Estado español. Así, llegaron a la península 400 mil toneladas de trigo, 120 mil de maíz, 10 mil de lentejas, 8 mil de aceites comestibles, 20 mil de carne congelada, y 50 mil cajones de huevos. También se publicó que Eva había “repartido dinero a manos llenas”, aunque aclaraba que no era limosna sino justicia.
Para muchos observadores este viaje “alivió a Franco” ante sus grandes problemas económicos, teniendo en cuenta que hasta la llegada de Eva Duarte los españoles tenían derecho a una ración diaria de pan de entre cien y ciento cincuenta gramos, por dar solo un ejemplo de la crisis. Pero lo que más quedó en el español medio y que se transmitió de generación en generación, hasta hoy, es la personalidad, los gestos y actitudes críticas sobre la realidad española de la enviada de Perón. Mientras la esposa de Franco quería llevarla a que recorriera el Madrid de los Austria para mostrarle el Palacio Real, la Plaza de Oriente, el Monasterio de las Descalzas Reales, la Plaza Mayor o la espectacular Basílica de San Miguel, Evita quiso conocer las afueras de Madrid hasta llegar al majestuoso monasterio del Escorial, histórica residencia de los reyes de España, donde le dijo a Carmen. “Podrían dedicar este enorme edificio a algo útil, por ejemplo, una colonia para niños pobres, ¡se ven tantos!”, lo que dejaba sin palabras a la primera dama española.
Tras su regreso, a Buenos Aires llegaban a la capital española rumores sobre comentarios de Evita durante la visita y sobre el principal anfitrión, el general Franco. De él dijo que era petiso, barrigón y que tenía pinta de almacenero. Sobre su esposa Carmen, que no le gustaban los obreros y que los llamaba rojos porque habían estado en la guerra civil en la vereda de enfrente. Viejos republicanos que habían podido permanecer milagrosamente en España, recordaban que Evita llegó a decirle a Carmen Polo que su marido no era gobernante por los votos del pueblo sino por imposición de una victoria, lo opuesto al general Perón en Argentina, donde lo eligió el pueblo.
Y la propia Evita, tras comentarlo en Buenos Aires agregaba: “A la gorda no le gusta nada".
