La saga de "La calle del terror": ¿vale la pena el maratón?

La trilogía de "La calle del terror" fue lanzada en Netflix de una forma particular: un estreno por fin de semana de películas que le dan un aire de frescura al clásico género de terror "slasher" adolescente, que brilló en los '80.

Dirigidas por Leigh Janiak y basadas en una serie de libros de R.L. Stine, cuentan la historia de un grupo de adolescentes encabezados por una joven llamada Deena (Kiana Madeira) que quieren resolver una supuesta maldición que afecta a su pueblo hace siglos, Shadyside, el lado oscuro del próspero y vecino Sunnyvale. 

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Cada película está enfocada en una época diferente, lo que se refleja las fechas en el título de las entregas: 1994, 1978 y 1666. 

La primera parte comienza con el asesinato de una chica en manos de un aparente psicópata, pero la repetición de estos acontecimientos guían la trama hacia una bruja del siglo XVII, Sarah Fier, quien castigaría a la localidad a lo largo de los años.

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Una de las más atractivas de la saga posiblemente sea la parte dos, 1978, por la fidelidad con la que apela al género, en un campamento de verano entre los bosques en el que aparece el asesino. Aquí otro residente de Shadyside es poseído por un inexplicable deseo de matar y la protagonista se vuelve Ziggy Berman, interpretada por Sadie Sink -Max en Stranger Things-.

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La tercera película apunta al origen de la historia de la bruja y lo interesante es que los personajes originales encarnan a la gente de 1666 -por razones que se ven en el film-. Aquí decae un poco en ritmo con la historia de la caza de brujas, un enfoque podría haberse explotado mejor. Luego, se retoma la historia inicial para volver a ese formato más tradicional, con un cierre que da el pie para posibles continuaciones.

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Uno de los hilos que atraviesa la historia es la relación de Deena y Sam (Olivia Scott Welch), la novia de la joven que buscaba escapar de los tormentos del pueblo y de las miradas acusadoras por su orientación sexual. Un punto positivo es que normaliza una relación entre dos chicas, algo que era impensado años atrás en este tipo de producciones. Los protagonistas no son los chicos perfectos y sumamente atractivos de ofrecían estos films: otro logro es esa diversidad y su enfoque más real. 

Otro de los puntos fuertes de las películas es la banda sonora: grandes clásicos de punk y rock de los '90 que reflejan a la perfección ese clima teen. Antes de filmar, el director le dio al elenco y al equipo largas listas de canciones de cada una de las épocas. Muchos de esos temas se usaron en la edición final de la trilogía.

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Las películas tienen una fuerte inspiración en clásicos como "Scream", "Pesadilla en la calle Elm" o "Viernes 13", con historias de adolescentes que buscan imponerse a una fuerza maligna, pero adaptadas al clima de época y a los gustos de la audiencia. 

Es en ese sentido que explotan a fondo, sobre todo en la primera entrega, el recurso de la nostalgia, como ya se hizo en producciones como Stranger Things, con luces fluorescentes, videojuegos viejos y amistades de bicicletas.

Para los que buscan sentir un miedo irrefrenable, asustarse y casi no poder mirar la pantalla, esta no es la trilogía. Los films tienen momentos que desesperan y sobresaltos, pero no apuntan a ese espanto total. 

Sí son un buen plan para quienes buscan una historia de adolescentes y anhelan esos clásicos de terror que vieron alguna vez, sabiendo que tendrá varios clichés y algunas fórmulas repetidas -aunque esta vez bastante renovadas-, con las típicas ganas de gritarle al protagonista que corra en lugar de quedarse conversando.

Por Francisco Vidal.