Oscar: desnudos en el escenario y actores segregados

Nadie conoce el futuro por lo que sería temerario pronosticar que la entrega de los Oscars del domingo será rutinaria y deslucida, pero lo seguro es que la ausencia de público y la distancia entre los presentadores y los galardonados podrían quitarle espectacularidad a una ceremonia que a lo largo de la historia ha dejado material para confeccionar una enciclopedia.

Los que no son cinéfilos o quienes siéndolo, no soportan las ceremonias de premiación por su extensión o por los discursos de aceptación, pueden perderse episodios como el de 1974 cuando apareció en medio del escenario desnudo como Dios lo trajo al mundo, el fotógrafo, galerista y activista Robert Opel que organizó semejante intervención para abogar por los derechos de los gay.

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Tan espectacular como su fugaz y comentada irrupción, es la sonrisa franca de David Niven que tenía que presentar a una de las ternas y que no perdió la elegancia a pesar de la desesperación del director de cámara, las exclamaciones del público y algún grito destemplado de los organizadores.

Sin intenciones propagandísticas y con puro espíritu festivo, todo el mundo recuerda a Roberto Benigni, el italiano que en 1999 caminó sobre las butacas cuando Sofía Loren gritó su nombre como el ganador de la estatuilla al mejor actor protagónico por La Vida es Bella. Pocas veces se vio a alguien tan feliz. Subió dando saltos al escenario y su explosión de alegría fue lo más comentado de esa edición.

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Todos saben a esta altura del galardón más conocido del universo que nada de lo que dicen los presentadores, ni siquiera el gag más inofensivo, es fruto de la improvisación. Los guiones se escriben con mucha antelación en un intento de controlar los tiempos de la ceremonia y su contenido. En 1993 Susan Sarandon y Tim Robbins aprovecharon su condición de presentadores y dejaron de lado el texto estudiado para reclamarle al gobierno de los Estados Unidos una solución para haitianos enfermos de sida aislados en Guantánamo. El organizador de esa entrega tildó a la conducta de la pareja de “deshonesta y escandalosa” y advirtió que los inhabilitaría de por vida para futuras reuniones.

El respeto a la diversidad y la inclusión sigue siendo una demanda que no siempre Hollywood ha respetado. La Academia ha sido tan discriminadora como la sociedad en la que está inmersa. A lo sumo, el cine anticipa algunos debates pero no los resuelve. Hattie McDaniel fue la primera actriz negra en recibir un Oscar en 1939 por su papel de Mammy en Lo que el viento se llevó.

“Espero sinceramente servir siempre a mi raza y a la industria cinematográfica. Dios los bendiga”, dijo al agradecer a quienes la consideraron la mejor actriz de reparto. Hattie no pudo sentarse con el resto del elenco para recibir los abrazos y las felicitaciones. En ese entonces la segregación era lo que se imponía, Hollywood no era la excepción y por eso le asignaron un lugar junto a otros afroamericanos.

Para alimentar la leyenda también son útiles aunque parezcan disfuncionales, los actores capaces de rechazar un premio por el que otros mueren. El que hizo la punta fue George Scott, ganador por Patton, un drama bélico que supo llevar a la categoría de arte. Con fama de díscolo, malhumorado y lleno de excesos dio una conferencia de prensa dos meses antes de la entrega y comunicó formalmente que no aceptaría la estatuilla. El resto, es conocido. Goldie Hawn fue la encargada de la terna y cuando sacó el sobre exclamò un sonoro, “Oh, Dios Mío”, lo que le permitió a la audiencia saber que a continuación diría “and the Oscar goes to George Patton”.