Departamentos en Córdoba, a la mitad que en Buenos Aires

Adrián Simioni

Ya sabemos que el nuestro es un país partido. Al menos en dos. El Gran Buenos Aires por un lado. El interior del país central, por el otro. Quedan las mal llamadas “provincias pobres”, una tercera categoría que por ahora dejamos a un lado.

Vamos a las dos partes: el Amba (Capital Federal y conurbano) y lo que acá hemos llamado Centralia, una franja que va de Mendoza a Entre Ríos, que no vive de subsidios, donde hay actividad privada que financia al resto del país.

Las diferencias son grotescas. El constante drenaje de recursos fiscales y financieros al Gran Buenos Aires crea desigualdades tremendas, prácticamente dos países distintos. Se ve en todos los rubros. También en el inmobiliario.

La consultora ZonaProp acaba de hacer un relevamiento sobre los precios pedidos en la compra y alquiler de viviendas en Capital Federal, Córdoba, Rosario y Mendoza que expone este país de dos velocidades. Por ejemplo, para la venta de un departamento similar de dos ambientes, el precio promedio solicitado en Córdoba es de 62.900 dólares, mientras en Capital Federal es de 126.900 dólares, exactamente el doble. En Mendoza y Rosario los valores son mayores que los de Córdoba, pero igual quedan en el mismo país de segunda velocidad del país central, lejos de ese otro país que es el Amba.

Para alquilar el mismo departamento sucede lo mismo. En Córdoba se pide en promedio 18.600 pesos por el mismo departamento que en Capital Federal piden 40.400, más del doble.

Obviamente, si eso pasa por el lado de los costos que tiene la vida, lo mismo pasa por el lado de los ingresos que tienen las personas. En marzo, el salario en blanco en Capital Federal era de 82.900, casi 70% más que en Córdoba.

Es lo mismo que pasa en tantos aspectos. Son dos países distintos. Dos velocidades. Las causas pueden ser muchas. Pero es evidente que una de ellas es el centralismo de un país estatista e intervencionista. Prácticamente todo el presupuesto nacional, financiado con impuestos de todo el país, se gasta en menos del 1% del territorio. Allí se pagan todos los altos sueldos del Estado. Y también se pagan todos los altos sueldos de las empresas privadas, prácticamente obligadas por la burocracia y el intervencionismo a establecer sus sedes centrales en la Capital, aunque sus procesos productivos estén en el interior y sus clientes estén desparramados por todo el país.

Nada de esto es nuevo. Hace 100 años que es así y que empeora. Pero debe ser que está bien. Porque a nadie le importa.