El kirchnerismo, en su límite conceptual

Adrián Simioni

Hay varios indicios de que Alberto Fernández, ya vacío de poder tras la derrota electoral, va a disparar una metralla de anuncios, todos financiados con emisión sin respaldo, para repartir miles de millones de pesos en las ocho semanas que faltan para las elecciones.

“Hay que ponerle plata en el bolsillo de la gente” antes de las elecciones. La consigna es brutal, antidemocrática, anticonstitucional, antitodo. Implica apropiarse de los recursos de la sociedad a través del impuesto inflacionario, para financiar la perpetuación en el poder de un partido. Es la privatización de la esencia de lo público. Y lo dicen de frente march porque ya no distinguen entre lo legítimo y lo ilegítimo. Es el kirchnerismo en su límite conceptual. No le da para más. Ayer lo dijo exactamente con esas palabras Leandro Santoro, delfín, asesor y confidente del Presidente.

La posibilidad de relanzar el IFE para dos millones de personas es apenas uno de esos anuncios. Y exhibe a pleno el cinismo: ¿qué cambió entre la semana pasada y la próxima? ¿la gente se empobreció de golpe? No, la pobreza es la misma. Lo único nuevo es la derrota electoral. La nueva horneada de subsidios inflacionarios, si sale, no será para los pobres. Será para la casta, Kasta con K, que no sabe ganarse la vida sin parasitar el Estado.

Si este plan se cumple, podría ser la última tarea que cumplirá para Cristina Fernández el gabinete de Alberto Fernández.

El riesgo de descontrol inflacionario sería mayor. Y obligaría a cerrar las canillas del presupuesto después de diciembre si es que todavía la Argentina no quiere terminar de desbarrancar, si quiere evitar un default con el FMI. Y esa etapa debería ser encarada por otro gobierno. Con Alberto en la presidencia. Con Sergio Massa de jefe de Gabinete. Son apenas algunas de las múltiples versiones que dan vuelta.

La pregunta es si el plan funcionará. Si la obviedad de la compra de votos y la dignidad de las personas necesitadas podrán ocultarse y desactivarse con la vieja retórica del cristinismo, que cada vez conecta menos con los pobres, con los jóvenes y otros grupos y en la que ya sólo creen los fanáticos más fervorosos.