La receta de Pepe Mujica: inevitable e imposible

Adrián Simioni

Es probable que los uruguayos conozcan a la Argentina mejor que nadie: son los únicos argentinos que pueden mirar el baile de afuera. Por eso de vez en cuando sus ex presidentes nos clavan una verdad. Lo acaba de hacer uno de ellos: José Pepe Mujica.

Ante la desopilante interna K, Mujica dijo que nuestro país está “desquiciado” y que nuestro sistema político debe “dialogar más”.

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“No hay democracia sin diálogo, hay que conversar más, debe haber un programa mínimo de unidad nacional. No se puede andar refundando el país cada dos o tres años”.

Imposible no estar de acuerdo. Sólo una tropa de desquiciados que tiene apenas un tercio de los votos puede intentar imponerle un modelo político y económico a los otros dos tercios que quieren mantener vigentes el pluralismo democrático, la Constitución, la división de poderes, la economía de mercado. Eso es lo que viene intentando Cristina Fernández desde que en 2008 perdió la guerra con el campo. Y el principio de realidad.

La receta de Mujica es inevitable. Tarde o temprano tendremos que aplicarla si no queremos hundirnos del todo.

El problema es que esa receta, al mismo tiempo, parece imposible de aplicar.

Hace 13 años que el kirchnerismo lleva al extremo el clientelismo electoral para perpetuarse. Hace 13 años que amenaza a los otros dos tercios del país con “ir por todo”. Hace 13 años que reinstaló la inflación. Hace 13 años que insiste con políticas anacrónicas que ya ningún país sigue. Hace 13 años que viene ahogando al sector privado para engordar un Estado fofo que sólo fabrica pobreza. Hace 13 años, en definiva, que el kirchnerismo no acepta el principio de realidad básico para administrar el Estado: los recursos no son infinitos.

Y así es imposible dialogar. Es como intentar charlar sobre el clima con alguien que insiste en que la lluvia cae de abajo hacia arriba.

Si hacía falta alguna prueba, la tenemos ante las narices, en la crisis por la cual el propio gobierno K está estallando por los aires: ni siquiera pueden dialogar entre ellos para definir qué hacer ahora, cuando la realidad golpea a los patadones la puerta del relato, la fábula en la que el kirchnerismo quiso vivir todos estos años.