¿Cuánto cuestan tres estrellas?

Mauricio Coccolo

Madrugada en Qatar, con los cuerpos todavía conmovidos por una final histórica, el grupo de enviados de Cadena 3 habla a los gritos, todos cruzan  frases, risas, opiniones, preguntas, respuestas, chistes. En medio del torbellino, a un compañero se le ocurre decir que ahora, bañado por la gloria, Claudio Tapia podría aprovechar para reorganizar el fútbol argentino y volver a tener 20 equipos en Primera. Silencio. Ni loco, respondieron casi todos a coro: va a ser peor que antes. Y fue.

Con la tercera estrella bordada sobre el escudo de la AFA, Claudio Tapia profundizó sus vicios y terminó el año diciendo que su gestión refundó el fútbol argentino. El mismo día que se esperaba una resolución sobre el descenso de Colón, con el campeonato ya terminado.

Bajo el paraguas protector del Mundial, lo más grave que pasó en el 2023 fue que en el medio de la competencia se modificó el reglamento para anular un descenso y terminar con el plan de reducir la cantidad de equipos en la máxima categoría. Cualquier campeonato de fútbol amateur del país es más serio.

El lema de Grondona, todo pasa, cambió por todo vale y en el baile del viva la pepa bailan todos. Los dirigentes son los primeros responsables, pero también tienen su cuota parte los protagonistas. Dio pena escuchar a Madelón y Gorosito mendigar la quita de los descensos. Solo les faltó poner la guerra en Ucrania como excusa. Una vergüenza.

Claudio Tapia sigue refugiándose bajo el paraguas del Mundial, pero cada día se moja un poquito más. La última gota lo salpicó cuando Belloso, el presidente de Central, en el medio de los festejos les agradeció a él, a Toviggino y al inefable ministro Massa por una gestión cuanto menos cuestionable.

Otra maniobra burda e increíble de Tapia fue embanderar a los clubes detrás de la campaña del fallido ministro-candidato. Ni el mismísimo Julio Grondona se animó a tanto (y eso que tuvo su foto y conferencia con Cristina el día de la “liberación de los goles”). La mancha de haber usado los escudos de los clubes para hacer política partidaria debería ser indeleble, pero son de teflón.

El otro gran protagonista de la AFA campeona del mundo fue Pablo Toviggino, el sicario de las redes. No le quedó límite por cruzar al presidente del Consejo Federal. El punto máximo de su impunidad fue ajusticiarlo a Guillermo Farré, técnico de Belgrano, porque osó quejarse de lo que todo el mundo se queja: los árbitros.

El de los arbitrajes es un capítulo aparte que podría resumirse con el nombre del club más detestado del país: Deportivo Riestra. Hace años que la mayoría de los árbitros no son creíbles y abundan los ejemplos de clubes beneficiados, especialmente en el ascenso, pero lo que pasó con la entidad presidida por Víctor Stinfale rozó lo bochornoso. Por no decir que chocó de frente con el bochorno. 

Los problemas organizativos, reglamentarios y estructurales del viejo y querido fútbol argentino se profundizaron durante un año que desde el comienzo avisó cómo venía la mano: con una Supercopa Internacional sacada de la galera para vendérsela a los árabes. ¿Reglamentos? En la AFA no conocen esa calle.

¿Cuánto crédito tendrán todavía en la caja de la liga de los campeones del mundo? Nada invita a pensar que las cosas vayan a cambiar en lo inmediato. Se adueñaron de la Copa. Nadie frena dos segundos a evaluar la verdadera incidencia de torneo local en la consagración. 

Hay algunos datos muy descriptivos: solo un futbolista del plantel juega en el país, nunca en la historia los integrantes de la Selección fueron a un Mundial habiendo jugado tan poco en el ámbito local, cada vez se van más jóvenes y la principal figura, Lionel Messi, no jugó ni un minuto en la liga de su país. ¿Entonces?

Lo que nació como un meme en las redes sociales, terminó siendo la más irónica de las editoriales sobre la liga argentina: no trates de entenderla, disfrutala.