Tragedia en Villa María: una familia que enfrenta el dolor con fe y solidaridad
Una mujer, su esposo y tres de sus hijos resultaron quemados por el estallido de un caño de gas. Los que se llevaron la peor parte fueron el hombre y uno de sus hijos de 18 años.
30/01/2025 | 12:16Redacción Cadena 3
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Siempre Juntos
Bajo un sol abrazador de un enero que parece no terminar, Rodrigo, de 23 años, albañil y hermano mayor de ocho, aprieta entre sus manos callosas un sobre arrugado. Dentro hay billetes que un desconocido le entregó horas antes, junto a un abrazo silencioso. "Toma, para lo que te haga falta", le dijo el hombre. Esa frase, sencilla y poderosa, resume la cadena de gestos que sostienen a Rodrigo frente a la puerta del Instituto del Quemado de Córdoba, donde su familia libra la batalla más dura de sus vidas.
El estruendo que lo cambió todo
Todo comenzó el martes por la tarde, pasadas las 16, en el barrio Villa Albertina. Un caño de gas explotó en medio de las obras del puente de Circunvalación que une Villa María con Villa Nueva, afectando la casa donde seis integrantes de una familia compartían la siesta. La madre, de 47 años, logró salir con el 13% de su cuerpo quemado. Hoy está estable, lúcida, y repite una y otra vez desde su cama: "¿Y mis hijos? ¿Dónde están mis hijos?".
Su esposo, Martín, lucha por cada respiración en terapia intensiva: el 60% de su cuerpo está cubierto de heridas. Dylan, su hijo de 18 años, enfrenta una agonía aún más cruda: el fuego arrasó el 95% de su piel. Dos de sus hermanos menores, de 15 y 11 años, están internados en el Hospital Pasteur, estables pero también con quemaduras más leves.
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La vigilia de un hermano: entre el dolor y la esperanza
Rodrigo no se ha movido del Instituto del Quemado desde que sucedió la tragedia. Duerme en sillas prestadas, se lava la cara en baños públicos y viste la misma ropa desde hace días. "Una vecina me vio en la vereda y me ofreció su casa para bañarme y dormir un rato. Ni siquiera sé su nombre", relata. El Gobierno provincial le ofreció un hotel cerca de la terminal de ómnibus, pero él rechazó la comodidad: "Prefiero estar aquí, sintiéndolos cerca".
Mientras espera noticias, la comunidad teje una red invisible de apoyo. Vecinos anónimos llegan con mate y palabras que valen más que cualquier medicamento. "Es conmovedor ver cómo la gente se detiene, llora con nosotros y reza", comenta un testigo que acompaña al joven. Hasta su compañero de trabajo, otro albañil, se turna para estar a su lado, aunque ambos saben que pronto deberán volver a las obras para no perder el jornal. Cuando es consultado sobre qué necesita, responde: "Me conformo con un abrazo, una oración".
El milagro de las "partes chiquitas"
En medio del horror, Rodrigo encuentra consuelo en los detalles más pequeños. Recuerda especialmente a una mujer que sin conocerlo le ofreció su casa para que descansara y se bañara. "Esas cosas llenan el corazón", confiesa. Y luego está el sobre con dinero: un acto de generosidad que lo dejó sin palabras. "No son los montos lo que importa, sino saber que no estamos solos", insiste con esperanza.