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Hasta siempre, maestro
Diego Borinsky recuerda al "Turco", fallecido este jueves, en una entrevista que le hizo para El Gráfico en 2014. Allí cuenta a quién consideraba el mejor relator y cómo se cuidaba, entre otras cosas.
FOTO: Osvaldo Wehbe: "El Maestro de Río Cuarto"
Diego Borinsky
Nota publicada en la revista El Gráfico en 2014.
Su voz identifica, como pocas, al interior profundo, aunque le rehúya al término con razonamientos geográfico-etimológicos, porque “si hay un interior, ¿el exterior cuál es? ¡¿Buenos Aires?!”.
Su relato nos trae el sonido de ese particular universo de canchitas peladas y cabinas improvisadas en techos de vestuarios, el fútbol de “tierra adentro”, tal la denominación que le resulta más justa y que aplica a repetición.
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Osvaldo Alfredo Wehbe, cordobés de 57 años, abogado penalista que un día comprendió que era muy endeble su argumento de postergar una cita judicial con un cliente porque debía ir a relatar un partido de Belgrano (y entonces se fue corriendo a la cancha), mediocampista retacón cultor de buenas artes y de las otras también, ha recibido sin ceremonia en ninguna universidad, ya 35 años después de iniciado su recorrido oficial por diferentes estadios, un rótulo que no le queda nada grande: “El Maestro de Río Cuarto”. Maestros, sí, una especie en vías de extinción; en el periodismo, en el fútbol, en la vida.
Hoy, su vozarrón potente y armónico se escucha todos los días por Cadena 3, la radio más federal del país. Si ha peregrinado durante años a bordo de un Renault 4 por caminos inhóspitos para contar las alternativas de tantos partidos, ¿por qué dejaría hoy de subirse a un colectivo en su ciudad natal para hacer 8 horas de ida un sábado y otras 8 de vuelta el domingo, todos los fines de semana, para transmitir qué sucede en el Monumental o en la Bombonera, si no fuera por esa bendita llama interior denominada “vocación”?
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Escuchemos, pues, las vivencias y el pensamiento de este artista del micrófono que tuvo, entre otros, el privilegio de haber trabajado con los dos máximos referentes del relato deportivo radiofónico de los últimos 50 años: José María Muñoz y Víctor Hugo Morales.
“Supongo que la vocación nace desde chico porque a los 6 años, en vez de hacer guerritas con mis soldaditos, yo ponía 11 y 11 de cada lado, armaba partidos y los relataba. El arco eran dos pilas Eveready de las gordas, con una piedra sostenía a los arqueros y otra chiquita hacía de pelota. En casa, además, no había tele, teníamos un combinado de esos grandes, entonces el sonido del fútbol penetró mucho en mí a través de la radio”, recuerda el Turco, apodo que lo acompaña desde el colegio por el origen sirio-libanés de su apellido, aunque mal puesto “porque los turcos no han sido muy buenos con los sirios y con los libaneses históricamente”. Aquellos años bautismales de la narración lo hacen volar en el tiempo hacia el lavadero de la casa familiar. Allí, al fondo, armaba su cuartel general. Allí jugaba, relataba y estudiaba, vigilado por Ermindo Onega, Miguel Brindisi y Nicolino Locche, entre otros, quienes le sonreían desde las láminas de El Gráfico, Sport y Goles. Entre todas ellas, sobresalía su preferida: la del Lobo Fischer.
Papá Alfredo era hincha de Estudiantes de La Plata, y sus dos hermanos mayores repartían preferencias entre River e Independiente. Sin embargo, al pequeño Osvaldo no le iban a dar la posibilidad de elegir. “En la barra de mi hermano Eduardo, que era el más fana de los dos, bien del Rojo, tenían todos 8 o 9 años, yo apenas 2. Eran hinchas de varios clubes. Entonces uno dijo: “Al nene lo hacemos del que salga campeón este año”. Estábamos en 1959 y tuvieron suerte, porque salió campeón San Lorenzo y en la barra no había ni uno solo del Cuervo. Así que a mí me regalaron la camiseta y quedé prendado de eso”.
-Muchos periodistas no quieren decir el cuadro, vos sí…
-No creo que la gente sea tonta y que piense que voy a ir a cabecear un centro o cobrar un penal. Además tengo pruebas de enormes derrotas de San Lorenzo donde he gritado los goles de los rivales con mucha fuerza. Nunca me siento hincha de San Lorenzo en un relato salvo en esta Copa Libertadores, ahí sí hubo un cosquilleo en los minutos finales. Y me pasó ya de viejo…
Desde sus comienzos como relator aficionado, el pequeño Osvaldo llenaba cuadernos y cuadernos con estadísticas y formaciones. Su pediatra se sorprendía cuando lo sentaba en la camilla para revisarlo y para divertirse un rato pulsaba una tecla cualquiera (Lanús del 64, Gimnasia del 62), como en aquellas viejas rockolas, y entonces el pibe se mandaba los 11 de corrido. “Cómo será que me quedaron grabados esos equipos y no los actuales”, se ríe.
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“Mi viejo era un tipo adorable, nunca nos impuso nada, tanto fue así que el día que Estudiantes salió campeón del mundo, él estaba escuchando el partido por una Spika, y yo esperaba el final mirándolo a él. Y cuando Muñoz anunció “Estudiantes campeón del mundo”, no gritó “viva el Pincha” ni “la puta madre”, ni “campeones carajo”, ni nada; sólo apagó la radio, me miró y me hizo un “je”, mientras una lágrima le bajaba por la cara, y enseguida se fue a dormir”, evoca con nostalgia, la misma que lo invade cuando habla de sus hermanos, fallecidos ambos a los 65 años, demasiado jóvenes.
Sus primeros pesos los ganó ayudando en un mercado. Le pagaban con verduras y carne molida. Será que lo veían algo famélico, porque unos años después, cuando hacía imitaciones y cantaba folklore en las peñas de Córdoba, también cobraba en especias: damajuana y empanadas. Sus cuatro compañeros de habitación, chochos. “Las peñas, en plena dictadura, eran nuestro único resquicio de libertad y aprovechábamos para bajar alguna línea política, disimuladamente”, confiesa.
El paso inicial para acercarse al mundo del periodismo lo dio en 1976 al ingresar a la agencia de los hermanos Acosta, una firma que producía programas deportivos. Tenía una tira en Canal 10 y una especia de Fútbol de Primera de Córdoba. Allí arrancó como soldado raso: buscaba fotos y datos en diarios y revistas para acompañar los informes, en un tiempo donde casi no existían filmaciones. Aprovechaba los ratos libres para estudiar y para leer el Guerrin Sportivo o la revista Once, dos tesoros inaccesibles. Y, si era necesario sumar unos pesos, también atendía el teléfono, fregaba pisos y limpiaba baños. Ya estaba en tercer año de abogacía, encaminado en la carrera, y por eso se animó a dar ese salto. “Si me metía en periodismo apenas terminé el colegio, jamás me hubiera recibido de abogado”, acepta, y hoy destaca –aún con la toga en el placard- el valor de la formación recibida.
Después de un año y medio haciendo los palotes, se presentó la gran oportunidad. El bautismo, 21 de diciembre de 1977. La agencia tenía vínculos con Radio Rivadavia. Y José María Muñoz viajaba a Córdoba, sin cronista, para transmitir Talleres-River por el Nacional. “¿Te animás a hacer vestuarios?”, le preguntaron. No lo pensó dos veces. “Yo me ganaba la vida imitando a Muñoz, a García Blanco, a Víctor Brizuela, a todos, así que me puse el auricular e hice lo que hacía todos los días en las peñas, creo que el tipo se sorprendió”, resume, sin dejar de reconocer que cuando subió la escalinata en la vieja cancha de Talleres y se encontró al Gordo Muñoz de espaldas –una institución por esos años- le temblaron bastante las patitas. Talleres ganó 1-0 con gol de Daniel Valencia y seguiría su rumbo exitoso hasta ceder en la increíble final con Independiente, con 3 hombres más.
Tras ese debut auspicioso, el vínculo con Rivadavia fue creciendo. Córdoba vivía un gran momento en lo futbolístico con Talleres, Instituto y Racing, y Wehbe hacía alguna conexión con la emisión principal. Su primer relato con 11 y 11 de carne y hueso se produjo casi un año después, en octubre de 1980. En Buenos Aires se suspendió la fecha por lluvia y a Muñoz se le ocurrió que se relatara Instituto-San Lorenzo, justo el Cuervo, maldito destino. Uno de los hermanos del Turco lo subió a su auto y lo llevó disparando desde Río Cuarto a Córdoba capital. “Tres nos hizo Instituto”, no olvida, y ahí mismo supo que iba a tener que anestesiar al hincha que todos llevamos adentro. Al menos hasta que ganara la Libertadores.
Ya recibido de abogado, se instaló en su terruño, de donde se movería poco. Siguió colaborando con Rivadavia, pero empezó a ganarse un nombre al recorrer el país con LV 16 Radio Río Cuarto para ponerle voz a esos partidos entrañables de los Regionales. “Hemos tenido suerte. Ibamos en una Ranoleta, hacíamos 800 o 900 kilómetros con el locutor, el comentarista y el técnico, manejando toda la noche, muchos me cargaban y me decían que tenía más kilómetros que los Emiliozzi”, revive, poniendo como referencia a Dante y Torcuato, íconos del Turismo de Carretera de los años 50 y 60.
¿Anécdotas?... Podría escribir un libro. La que le viene enseguida a la mente es la que vivió en Alcira Gigena, en su provincia. Jugaba uno de los equipos del pueblo contra otro de “su” Río Cuarto. Los recibieron bárbaro, les dieron de comer masas con chocolate caliente. No había cabina, así que la improvisaron en un camión, puesto de culata contra la cancha. A los 25 minutos ganaba el equipo de Río Cuarto por tres goles. La cortesía, las masas y el chocolate se fueron al diablo. “De golpe, los jugadores empezaron a aparecerme cada vez más chiquitos, la cancha se alejaba, resultó que el tipo del camión se calentó y se lo llevó, se arrancaron los cables, un desastre”, sonríe hoy con la escena y enumera alguna que otra proeza más: “He relatado desde arriba de un árbol, en La Rioja, porque no había cabina y se veía mejor desde la rama gruesa que poniendo una mesa al costado de la cancha. O desde el techo del vestuario, en Villa Huidobro. Después, con el tiempo, se fueron haciendo cabinas en todas las canchas”.
A España 82, su primer Mundial, viajó por Radio Río Cuarto; Rivadavia lo pidió a préstamo por un partido y terminó relatando 11. Más tarde trabajaría una década en Continental con Víctor Hugo Morales y en Córdoba con Víctor Brizuela hasta llegar a ser la cabeza del equipo de Cadena 3 en la última Copa del Mundo. Hoy, el avance tecnológico le permite conducir todos los días la tira deportiva desde su casa en Río Cuarto, donde le han montado un mini-estudio, con el resto de sus compañeros en Córdoba capital. Sin embargo, suena como si todos estuvieran sentados a la misma mesa.
-¿Quién fue el mejor relator?
-Víctor Hugo. Por la libertad, por su generosidad, por su valentía. Yo era un poco su brazo armado en Competencia con el tema AFA y esas cosas. Podés compartir o no criterios con él, pero sé que lo hace desde un lugar del alma, y eso se lo discuto a cualquiera. Muñoz se destacaba por su laboriosidad. Víctor Hugo es otra cosa, es el súmmun del comunicador. Y Víctor Brizuela fue el más grande del mal llamado interior: viniendo desde muy abajo creó un imperio periodístico. Durante 40 años, en Córdoba se lo escuchaba sólo a él y a nadie más.
-¿Cuál es la clave para un buen relato?
-Primero, que te guste el fútbol. Eso es fundamental. No perder la capacidad de asombro, que no te hastíe el tema con la cantidad de partidos que se juegan. Cada relato debe ser un mundo aparte. Y creo que no hay que exagerar, no puede ser que un equipo esté por cruzar la mitad de la cancha y el relator nos diga que hay peligro. El ritmo debe ir de menor a mayor.
-¿Cómo cuidás la voz?
-De más chico tenía más miedo de quedarme disfónico, tengo mis inconvenientes de resfrío por el aire acondicionado de los ómnibus o del hotel. En un tiempo hice fonoaudiología, pero con los años descubrí que mientras tenga un buen técnico operador que me permita escucharme en un volumen adecuado y no me haga forzar la voz, estoy perfecto.
Y, aunque lo reconozca refunfuñando, cuenta con una herramienta adicional. En noches gélidas, más de una vez ha llevado a los estadios, disimulada en algún pliegue de su generoso cuerpo, una petaquita con whisky. Si no fuera que vuelve en remise, difícilmente pasaría un control de alcoholemia. “No, no es así, al final me la terminan bajando mis compañeros”, se defiende, y le regalamos el beneficio de la duda: ya ha dado sobradas muestras de que no necesita estimulantes ni incentivos para relatar como un Maestro.
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