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Destroza el fútbol
FOTO: Esteban Ostojich, árbitro de Palmeiras-River.
Diego Borinsky
Vamos a hablar del VAR (Video Assistant Referee, por sus siglas en inglés). Es decir: vamos a hablar de un grupo de personas que supuestamente sabe de fútbol y del reglamento que lo rige, que encerrados en una sala con decenas de pantallas e implementos tecnológicos, llegaron al fútbol en 2016 para tratar de asistirlo. De ayudarlo a eliminar las injusticias. O al menos que intentaron disminuirlas.
Vamos a hablar del VAR, a discutir su esencia, a interpretar el camino laberíntico que está recorriendo. Pero eso sí, con una condición: no hacerlo con la camiseta puesta. Todos tenemos simpatía por un equipo, viene con nosotros desde la infancia, pero en este caso no importa si ayer perjudicó a River o si mañana favorecé a Deportivo Pedal. Desprendámonos por un rato de ese factor, aunque cueste, porque vivimos en un tiempo de antinomias insoportable.
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Usaré ejemplos del partido de Palmeiras-River de ayer, porque es el más fresco, pero claramente no son ideas para victimizar a River, porque lo más destacable del equipo de Gallardo fue el coraje y el fútbol que desplegó en San Pablo. Quedó eliminado y no hay vuelta atrás. Ayer fue perjudicado, como en otras ocasiones, favorecido. Insisto: esta columna no pretende ejercer ningún tipo de presión a las autoridades máximas del fútbol sudamericano y mundial, entre otros motivos porque no creo que la lean ni le presten atención, y aparte porque la Libertadores, para River en este caso, ya terminó. Es una práctica habitual en el ambiente del fútbol llorar y quejarse por fallos arbitrales, incluso presentar quejas oficiales a la Conmebol, para condicionar al árbitro de la revancha o de la fase siguiente. No es el caso, no hay próxima fase.
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Si uno se engancha con alguno de esos programas que emiten partidos viejos y se detiene a ver escenas de hace 40 años, para no ir tan pero tan atrás en el tiempo, se encontrará con patadas alevosas no sancionadas, con offsides pésimamente cobrados, entre otras perlitas. Haga la prueba. Durante la pandemia vi completo la final del Mundial 86 entre Argentina y Alemania. Cuando los nuestros ganaban 2-0, Héctor Enrique fue penalizado con offiside en una corrida iniciada al menos un metro en campo propio (ese hecho lo habilita, aunque no tenga ningún rival por delante) y que lo dejaba mano a mano con Schumacher. Iba solo. Muy probablemente hubiera significado el 3-0. Cobraron offside. No lo podía creer.
Nadie se quejó en aquel momento, entre otras cosas porque no existían canales deportivos y mucho menos las pantallas de esos canales se habían poblado de programas de panelistas que están 12 horas por día debatiendo y dándole la vuelta a los mismos temas. Tampoco existían la cantidad de cámaras que existen hoy por partido. Estoy convencido de que los árbitros de hoy no son peores, o mucho peores, que los de hace 30 o 40 años. Simplemente están mucho más expuestos. Hoy tienen decenas de cámaras con sus respectivos zoom que le ponen la lupa a todos sus fallos. Siempre me pareció injusto que los periodistas en estudios y los hinchas viendo los partidos por TV juzgaran a los árbitros después de observar las jugadas 3 o 4 veces desde diferentes ángulos mientras el árbitro la veía una sola vez sin chances de replay. Sí, está más cerca de la acción, es cierto, pero con jugadores en el medio que en muchos casos obstaculizan su visión. Suele escucharse al comentarista no opinar en tiempo real sobre una jugada dudosa (un offside, un penal) para luego sí decir, en la segunda, tercera, cuarta y hasta quinta repetición: “Clarísimo penal”. O “Recontra adelantado” Así, cualquiera.
La televisación existe, no hay marcha atrás, y cada vez con más influencia porque puso más dinero para solventar y hacer crecer el negocio. El arbitraje debió adaptarse. Primero, los formadores se pusieron más exigentes con las pruebas físicas, para que los árbitros pudieran estar más cerca de las jugadas y, de ese modo, ver mejor. Más tarde crearon los intercomunicadores con sus asistentes: 6 ojos ven más que 2, y para evitar los tumultos cuando árbitros y linesman charlan para tomar decisiones, inventaron esa herramienta positiva de intercambio. Bien. Luego apareció el reloj para determinar gol-no gol. Brillante. Nada genera más impotencia en el fútbol que conseguir el objetivo principal por el que se juega (el gol) y que no te lo convaliden. El árbitro puede estar muy bien preparado físicamente, el linesman bien ubicado y tener excelente vista, pero a veces la pelota va tan rápido que en un segundo puede perderse el rastro y comerse un gol. Pasó en la final del Mundial 66 con un gol de Alemania contra Inglaterra que no fue convalidado. Se repitió 44 años después, en el Mundial 2010, pero al revés: un disparo de Frank Lampard entró más de un metro y no se lo cobraron. Y los ingleses se despidieron del Mundial en octavos de final. El reloj gol/no llegó para resolver esa injusticia gigante. Brillante aporte de la tecnología al fútbol.
En 2016, empujado por el aporte positivo de la tecnología en otros deportes, y también por el creciente reparto de dinero a clubes y selecciones que de golpe se truncaba por una errónea decisión arbitral (por cada fase que se avanza en Mundiales, Champions y Libertadores hay mucho dinero), apareció el VAR. Tenía su lógica. ¿Cuántos años le habrá carcomido la conciencia al árbitro tunecino que no vio la mano de Maradona contra los ingleses en el 86? ¡Y cuánta impotencia habrá generado en los mismos ingleses! Es de gran ayuda que cuatro tipos encerrados en una sala viendo varias pantallas a la vez detecten manos como la de Diego, offsides en la concreción de un gol o el cabezazo de Zidane al pecho de Materazzi, del que el árbitro Elizondo se enteró porque le avisaron desde afuera. Un hombre que pega semejante cabezazo a un rival no puede seguir en el partido. Y si el árbitro y sus asistentes no lo ven, porque la pelota estaba en otro lado, buenísimo que la tecnología lo corrija.
En el Mundial de Rusia 2018, el VAR se aplicó bien y permitió modificar una buena cantidad de injusticias. Siempre quedaron flotando aspectos a resolver que se fueron potenciando con el tiempo, sobre todo en el tercer mundo: las demoras para tomar decisiones, el tiempo escamoteado al juego que jamás se recupera íntegramente, la diferencia en la aplicación de criterios. “El problema no es el VAR, la tecnología; el problema es quienes la aplican”, escuché al comienzo, y asentí. Pero resulta que llevo más de 2 años escuchando la misma cantinela y en vez de pulir las falencias, unificar criterios y generar credibilidad en el público se potenciaron los efectos contrarios. Cada vez es peor.
“En el VAR hay que buscar elefantes y no hormigas”, sintetizó con su capacidad docente Miguel Scime, un árbitro de no muy relevante carrera que luego se volcó con éxito a la formación arbitral y se especializó en VAR. Es clarito: el VAR debe intentar modificar errores groseros y no puede entrar a buscar detalles porque es tan grande la cantidad de acciones y decisiones/omisiones de un árbitro que resultaría imposible. Lamentablemente, los integrantes del VAR cada vez se especializan más en buscar hormigas.
El gol anulado ayer a Montiel se da por un supuesto offside de un botín en una acción que se produce 6 o 7 segundos antes del gol. No es una acción que influye directamente en el gol. No está en offside ni Montiel, que convirtió el gol, ni Angileri que tira el centro para que Montiel meta el gol. Es ridículo que aún se cobren offsides por una nariz o medio botín, pero ahí la culpa no es del VAR sino de quien le da de comer: la International Board. Hay que cambiar esa regla, como propuso el año pasado Arsene Wenger: que se cobre offside sólo cuando el atacante superó completamente la línea del anteúltimo hombre (o último defensor). Siempre fue así el espíritu: si es misma línea, favorecer al atacante. Hoy ese espíritu se perdió.
Pero volvamos al gol anulado a Montiel. No tiene sentido invalidar una acción por algo producido varios segundos y toques antes. Lo mismo ocurrió con aquel gol de Messi ante Paraguay en la Bombonera el año pasado. Hubo una falta sobre el lateral, en campo argentino, la jugada luego siguió por 25 segundos, Messi metió un golazo, el VAR se puso a buscar hormigas y se lo anularon. Eso es desnaturalizar el juego. Con esos errores hormigas hay que aprender a convivir. Hoy le toca a un equipo, mañana a otro. Porque además, ese gol se lo anularon, después del festejo y la descarga emocional de Messi y de sus compañeros. Y después de estar uno o un par de minutos creyendo que vas ganando te das cuenta que en realidad no. A partir de ahí pasan a influir los aspectos emocionales. Ayer se notó en el golazo de Montiel, que le pegó en modo similar al francés Pavard contra Argentina en el último Mundial. La emoción en su rostro, la descarga, el grito, el festeo alocado de Gallardo, de los suplentes, de sus compañeros, el abrazo sentido… y de golpe, y sin esperarlo (porque hay goles más sospechosos que otros), te lo anulan. River sintió ese impacto emocional. Pasó de estar mano a mano con Palmeiras (0-3 y 3-0), esa meta que parecía imposible de alcanzar ya estaba en un puño, con más de media hora por delante y con una convicción arrasadora. Pero después de unos minutos se enteró que ese gol gritado, festejado y sentido como pocos, no valía, que toda esa descarga emocional era en vano. Y aunque siguió generando, ya no fue lo mismo. ¿Ese aspecto no lo considera el VAR?
Por otro lado, el fútbol es una usina de pasiones, un continuo de emociones. Gritás con todo un gol, dejás las cuerdas vocales, depositás tu energía y de golpe eso no vale nada. Parece un chiste. ¿Quién le devuelve a Montiel esos segundos de éxtasis, ese grito con la boca bien abierta y el gesto de incredulidad por el golazo que acaba de convertir y que quizás no convierta nunca más? ¿Quién se hace cargo del orgullo hecho salto y puño apretado de Gallardo, del abrazo visceral de los compañeros de Montiel, de los millones de hinchas que saltaron y sintieron en unos segundos que la hazaña imposible pasaba a ser real y concreta con sus corazones latiendo a mil? El fútbol se nutre de esa pasión, pero el VAR se la robó. Es francamente espantoso que te chupen sensaciones tan intensas y tan lindas. Insisto, hoy es River, mañana Boca, pasado Deportivo Pedal.
Está bien que el VAR haya corregido ayer el error grosero del árbitro al cobrar penal en una evidente simulación de Matías Suárez. Hay penales más fáciles y otros más difíciles de advertir. El de Matías Suárez fue bastante grotesco; se tiró medio metro antes de enfrentar al defensor. Ostojich estaba al lado y no lo vio. Puede ocurrir. Ahora, ¿cómo puede ser que estén cerca de 2 minutos y nadie del VAR le haya avisado que se estaba por consumar una injusticia grave? Porque el juez habló con el arquero, sacó a los jugadores del área, Montiel agarró la pelota para patearlo y estaba a punto de tomar carrera, casi se ejecuta. Y recién ahí el juez fue a verlo al monitor. Además de que se perdió tiempo que no se recuperó completamente, volvieron a jugar con la pasión y el sentimiento no sólo de Montiel, sino de sus compañeros y ni hablar del hincha. Dirán: “El problema no es del VAR sino de quienes lo aplican, ya se podrá mejorar”. Lo vengo escuchando desde hace más de dos años. Además de todo esto, el VAR corta el ritmo de partido de los equipos intensos que pretenden jugar y jugar, que son generosos con el espectáculo, con el producto que se vende, como River en este caso. ¿En eso nadie repara tampoco?
Voy con un último ejemplo. Miguel Scime no tuvo dudas respecto a una de las últimas acciones del partido, el puñetazo de Weverton a la cabeza de Paulo Diaz. Asegura que fue clarísimo penal. El colega chileno Danilo Díaz me lo había advertido ayer al terminar el partido. Me contó que desde el año pasado ellos habían tenido varias reuniones con árbitros por la incipiente implementación del VAR en el campeonato de su país, y no dudó: “Fue penal clarito, esa acción nos la pusieron como ejemplo en varias oportunidades. Es un error grosero del VAR”.
Claro, el juez puede no haberlo visto. Y en este caso, como River estaba apurado y Paulo Díaz no se quedó en el piso y se reanudó rápidamente el juego, el VAR no llegó a analizar la jugada. Fue justamente lo contrario a lo que le ocurrió a River en Porto Alegre en la semifinal con Gremio del 2018. Aquella noche, Scocco pateó, se desvió en la mano de Bressan, ningún jugador de River la vio, el Pity Martínez quiso patear rápido el corner, no había pelotas, empezó a pedirlas, un jugador de Gremio hacía tiempo tirado en la media cancha, el juez Cunha fue a ver qué pasaba, con Montiel siguiéndole los pasos y pidiéndole que adicione más tiempo y en ese interín el VAR revisó la acción y vio la mano de Bressán. Es decir: si Paulo Díaz se hubiera quedado en el piso pidiendo la atención por el puñetazo, seguramente el VAR habría tenido tiempo para revisar la jugada y darle penal a River. Además era amarilla para el arquero por acción temeraria, luego expulsión (estaba amonestado) y como Palmeiras ya había hecho los cinco cambios, ese penal y los hipotéticos de la definición debería haberlo atajado un jugador de campo. En síntesis: lo que está fomentando el VAR es que los jugadores se tiren y hagan tiempo, así se pueden revisar ciertas acciones dudosas. No va con el espíritu del juego.
Estuve a favor de la implementación de la tecnología en el fútbol cuando apareció el VAR. Me parecía muy injusto que se evaluara a los árbitros con herramientas que ellos no disponían. Me entusiasmaba que se pudieran corregir injusticias evidentes y groseras. Hace varios meses le solté la mano. Se desviaron del foco: buscan hormigas en vez de elefantes, retroceden insólitamente en la jugada, le sacan ritmo al partido, confunden con diferencias de criterio, consumen un tiempo que el partido jamás recuperará.
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